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viernes, 16 de febrero de 2024

IGNACIO CEREZO CEREZO

CEREZO CEREZO, Ignacio

[Torresaviñán, 1 de febrero de 1898 - Molina de Aragón, 24 de octubre de 1959]

Ignacio Cerezo Cerezo nació a las seis y media de la noche del día 1 de febrero de 1898 en el domicilio familiar del número 13 de la calle de la Travesaña de Torresaviñán, una pequeña localidad de la provincia de Guadalajara, situada a una docena de kilómetros en línea recta de Sigüenza, en la que por entonces residían poco más de un centenar de habitantes. Y murió en Molina de Aragón el día 24 de octubre de 1959.

Era hijo de Ezequiel Cerezo Casado y de Elena Cerezo García, ambos nacidos y vecinos de Torresaviñán, siendo sus abuelos paternos Antonio Cerezo y Fermina Casado y los maternos Mamerto Cerezo Guijarro y Petra García. Aunque él sostenía que “mi padre, mis hermanos, mis tíos, toda mi familia son labradores en Torresaviñán y en los pueblos limítrofes”, lo cierto es que su familia ocupaba una posición desahogada y su padre fue secretario del Ayuntamiento de Torresaviñán y asumió otras responsabilidades municipales.

Ignacio Cerezo Cerezo contrajo matrimonio con Carmen de Diego Ortega, que falleció el 20 de abril de 1985, y tuvieron cuatro hijos: Elena, Ulises –nacido en julio de 1936 en Sigüenza-, Prometeo -que vino al mundo en Almazán en 1938-, y Alfonso Cerezo de Diego, a tres de los cuales puso nombres relacionados con la cultura clásica griega de la que era declarado admirador.

 Su vida laboral

Parece ser que Ignacio Cerezo solo acudió a la escuela primaria, pues su hijo Prometeo afirma que su padre era autodidacta, y siendo joven debió de colaborar con las labores agrícolas en las fincas de la familia –“yo mismo he ido a labrar, como cualquier otro campesino de la provincia”-, aunque declara de sí mismo que a los 21 años “comprendí que tenía más aptitudes para el trabajo intelectual que para el corporal y estudié para Correos”, preparando la oposición mientras cuidaba las ovejas de su padre. En cualquier caso, fue un hombre culto que dominaba la lengua francesa y con inquietudes literarias, llegando a reunir una notable biblioteca particular.

En el año 1920 se presentó a las oposiciones para ingresar en el cuerpo de funcionarios de Correos, aprobando los ejercicios y siendo Ceuta su primer destino como Oficial de 3ª interino. Finalmente, con fecha del 16 de julio de 1923, fue destinado a la estafeta de Correos de Sigüenza, fijando su residencia en el número 3 de la calle de Santa Bárbara de esa ciudad, oficina de la que más adelante fue nombrado administrador, ocupando ese cargo hasta el final de la Guerra Civil, con breves paréntesis, en comisión de servicios, en las carterías de Alcolea del Pinar y del balneario alavés de Zuazo con motivo de las vacaciones veraniegas.

Solo abandonó ese puesto por motivos políticos. Como consecuencia de su activa oposición a la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, el 1 de diciembre de 1929 fue obligado a trasladarse a la oficina principal de Correos de Bilbao, de donde solo puedo regresar tras la caída del dictador, siendo ascendido al año siguiente a Oficial 2º con igual destino. Del mismo modo, como resultado del obligado expediente de depuración al terminar la Guerra Civil, en 1942 fue desplazado forzoso a la administración de Correos de Molina de Aragón, donde permaneció hasta su fallecimiento.

Su actividad sindical

A pesar de su empleo como funcionario de Correos, Ignacio Cerezo Cerezo fue uno de los dirigentes sindicales agrarios más destacados de la provincia de Guadalajara en los años previos a la Guerra Civil. En las comarcas septentrionales que dependían de la diócesis de Sigüenza existía desde 1902 una red sindical agraria de carácter confesional dirigida por el canónigo seguntino Hilario Yaben, que la mantenía al margen de la Confederación Nacional Católico-Agraria, mientras que en aquellos pueblos de la provincia alcarreña que dependían del arzobispado toledano se había ido construyendo desde 1917 otra red agraria católica, más débil e inestable, gracias a propagandistas como los sacerdotes Juan Francisco Correas y Conceso Alario.

Pero la mentalidad integrista de Hilario Yaben, su personalidad autoritaria y la subordinación de la acción sindical a su ideario político, que en 1918 le llevó a presentarse a las elecciones legislativas en disputa con el conde de Romanones, ya habían provocado algunas disensiones en la constitución del sindicato de Atienza. Por eso en 1926 se fundó en la ciudad mitrada una Asociación de Labradores aconfesional y apolítica que se extendió por las comarcas de Sigüenza, Atienza y Jadraque, con relaciones y simpatías en otras áreas de la provincia, y que tenía a Ignacio Cerezo como cabeza visible, como demuestra su participación en el primer Congreso Nacional Cerealista convocado en Valladolid desde el 25 de septiembre de 1927.

El extraordinario crecimiento de la Asociación permitió, entre otras iniciativas, que en 1929 se acordase crear un fondo, al que todos los socios aportarían 20 pesetas o una fanega de trigo, para conceder “crédito de abonos y granos a los labradores que lo necesiten” y comprar al por mayor cereales y ganado para ofrecerlo a mejor precio a sus socios, lo que representaba un abierto desafío a la red confesional de Hilario Yaben, que basaba parte de su éxito en las Cajas Rurales locales, con las que rivalizaba la recién nacida Caja de Ahorro y Crédito de la Asociación Mutua de Labradores.

Quizás por ese motivo el gobernador civil de la Dictadura primorriverista, Manuel Cabello Lapiedra, decidió intervenir la junta directiva de la Asociación y cubrir los cargos con miembros de la Unión Patriótica, además de desterrar a Ignacio Cerezo a Bilbao, como ya señalamos. A los pocos días del final de la Dictadura, los socios de la “Asociación a la que pertenece la mayoría de agricultores de la comarca” se enfrentaban en una asamblea con la junta designada por el último gobernador civil primorriverista, exigiendo “a grandes voces que se marchasen y entregasen los fondos de la Asociación”, a lo que respondieron los de Unión Patriótica que “a ellos les nombró el gobernador y no se marcharán en tanto no sean destituidos gubernativamente”, lo que, naturalmente, no tardó en producirse.

Como podemos suponer, su activismo sindical en un período tan convulso se tradujo en una militancia política. Seguramente, las raíces familiares de Ignacio Cerezo Cerezo eran republicanas, pues en 1903 el médico Ignacio Cerezo Contrera fue uno de los firmantes, junto a Valentín de la Peña, Julio Gordo, Cecilio Vicioso, Fidel y Lorenzo Ochoa y Carmelo Lafuente, de un manifiesto de los republicanos de Sigüenza en el que recomendaban el voto para los candidatos a diputados provinciales Ramón Martínez Conde y Salvador Rangil. Por eso mismo, no es de extrañar que fuese en las filas del republicanismo donde Ignacio Cerezo Cerezo iniciase su trayectoria política, pues durante su corta estancia en Bilbao se hizo socio del Casino Republicano de la ciudad el 14 de diciembre de 1929.

Al caer el Directorio de Primo de Rivera el 30 de enero de 1930, Ignacio Cerezo regresó a su puesto en la estafeta de Correos de Sigüenza y se afilió al PSOE, presidiendo el primer comité de la recién nacida Agrupación Socialista de Sigüenza, seguramente impulsada por él y Teodoro Torreira, y que se constituiría antes de acabar el año 1930, llegando a firmar, como los más destacados intelectuales del partido obrero, un artículo en el número extraordinario que El Socialista publicó el 1 de enero de 1931, además de otras colaboraciones en el órgano del partido socialista entre diciembre de 1924 y abril de 1931.

Además, de vuelta a su tierra natal se puso de nuevo al frente de la Asociación de labradores, que no pudo sustraerse al ambiente fuertemente politizado de aquel bienio y se orientó decididamente hacia el republicanismo, como reacción a la injerencia del régimen de Alfonso XIII, con una marcada simpatía hacia el PSOE que se ponía de manifiesto en su Boletín Agrario.

Una vez proclamada la República, el 16 de mayo de 1931 se reunió la Junta Directiva de la citada sociedad de agricultores y acordó designar a Ignacio Cerezo como su candidato para los próximos comicios a Cortes Constituyentes, decisión que también aprobó dos días después la de Jadraque. Como agrupaba a 3.300 afiliados en 84 pueblos de las comarcas septentrionales de la provincia, se decía que eso supondría el respaldo de unos 5.000 electores –cifra que se confirmó tras el escrutinio-, y se pretendía que, con ese aval, Ignacio Cerezo figurase en la candidatura común de la Conjunción republicano-socialista, cuya victoria en las elecciones municipales del 12 de abril de ese año había traído la república. Sin embargo, no fue elegido para su terna electoral, que finalmente incluyó a Marcelino Martín González del Arco, José Serrano Batanero y Eduardo Ortega y Gasset.

 Su acción política

No por eso desistieron, tanto la Asociación como su presidente, de concurrir a las elecciones. Pero, en contra de lo que se ha dicho, esta candidatura de Ignacio Cerezo Cerezo en junio de 1931 ni fue estrictamente personal ni acudió a la lucha electoral como independiente, pues formaba parte de un proyecto político de ámbito nacional, la Agrupación Social Republicana Independiente, nacida como brazo político de la Liga Nacional de Campesinos bajo el impulso del propagandista del catolicismo social Antonio Monedero Martín, que también había roto con la Confederación Nacional Católico-Agraria, y de Manuel Machimbarrena Aguirrebengoa. Su lema, “¡Adelante los pequeños!”, ya mostraba con claridad su apuesta por la defensa de los modestos propietarios, sin la tutela de los terratenientes vinculados al régimen monárquico que lastraba a la Confederación católica. Aunque mantenía su raíz confesional “invocando el precepto de la fraternidad cristiana, el más grande y noble de todos los sentimientos y el que mejor da la medida del grado de cultura de los pueblos”, se identificaba sin fisuras con la nueva República: “Igualdad, Libertad y Fraternidad bien entendidas son los tres grandes faros que han de alumbrar y vivificar la naciente república y que la Agrupación Social Republicana hace suyos”.

No parecía, a priori, que esta lista agraria republicana careciese de oportunidades para sentar a alguno de sus candidatos en el Congreso de los Diputados. Al notable respaldo que Ignacio Cerezo tenía entre los pequeños agricultores del norte de Guadalajara, se le sumaba la popularidad de Antonio Monedero entre los vecinos de los pueblos de la provincia, pues ya había hecho alguna gira de propaganda, siendo la más reciente la que le llevó en 1927 a Masegoso y Cifuentes, reuniendo en esta última localidad a 2.000 agricultores y ganaderos convocados por su Liga Nacional Campesina.

A la vista de la documentación que se conserva podemos afirmar que tampoco es fácil adscribir a Ignacio Cerezo a la derecha republicana, como prueban algunas de las propuestas de su programa electoral: “yo soy partidario de la nacionalización o socialización de los ferrocarriles, tranvías, teléfonos, etc.”, proponía que “hasta que se llegue al desarme general, los jóvenes no deben permanecer en el ejército nada más que el tiempo que tarden en aprender la instrucción: quince o treinta días” y solicitaba la gratuidad de la enseñanza secundaria y universitaria. Sin embargo, se oponía al divorcio y más tarde señaló su rechazo al sufragio femenino. En cualquier caso, la competencia electoral de esta Agrupación Social Republicana de Guadalajara con el conde de Romanones, con Hilario Yaben y con la Conjunción republicano-socialista ratifica la autonomía de esta tercera vía y nos obliga a reevaluar el panorama político y social de Guadalajara en ese momento.

Pero los resultados no acompañaron a esta opción electoral; frente a la victoria indiscutible de los tres candidatos de la Conjunción republicano-socialista –con 24.000 votos aproximadamente para José Serrano Bataneo y Marcelino Martín-, y del conde de Romanones, que con 18.000 papeletas solo se pudo imponer por menos de mil votos a Eduardo Ortega y Gasset –el candidato cunero de la Conjunción-, se constató el fracaso tanto de Hilario Yaben –que recabó 10.000 papeletas- y del resto de candidatos católicos –José Arizcun y Francisco de Paula Barrera-, como de los republicanos ajenos a la coalición gubernamental –Antonio Moscoso, Luis Casuso y Manuel Altimiras-. Por parte de Acción Social Republicana, Antonio Monedero sumó casi 7.500 papeletas, Ignacio Cerezo rozó las 6.000 y Manuel Machimbarrena solo cosechó 3.124 sufragios.

El fracaso de la candidatura y el escaso desarrollo del partido, desembocaron en la ruptura entre Antonio Monedero e Ignacio Cerezo que, en la primavera de 1936, criticó públicamente a los sindicatos de la Liga Campesina, aduciendo que “este señor y sus agentes han constituido Ligas de Campesinos en miles de pueblos, que en la inmensa mayoría de los casos han desaparecido ya o no existen más que en el papel. Los labradores no han mejorado nada con tales Ligas, pero en cambio dicho Sr. Monedero y sus agentes les sacaron a los labradores de cada uno de los pueblos de esas Ligas unos cientos de pesetas, y contra reembolso de esas pesetas les enviaban unos libros en blanco y un sello de caucho que valdrían en junto ocho o diez pesetas”.

Aunque todavía en 1935 participó en la suscripción impulsada por el diario La Libertad en favor de los huérfanos de los trabajadores insurgentes fallecidos con motivo de la Revolución de Octubre en Asturias, a lo largo del período republicano se fue alejando tanto del PSOE como del republicanismo progresista y se fue aproximando a posiciones ideológicas cada vez más moderadas. Fue públicamente calificado como trásfuga y político reaccionario, primero por Francisco Gonzalo, cartero y presidente de la Casa del Pueblo de Sigüenza, y más tarde por el dirigente comunista Vicente Relaño desde las páginas del semanario Abril en su número del 31 de agosto de 1935. Aunque él rechazó con vehemencia estas acusaciones, también dejó entrever que en las elecciones de febrero de 1936 no había votado por el Frente Popular y había apoyado al candidato centrista Luis Casuso, con el que se había enfrentado en 1931 y que tampoco en esta ocasión salió elegido diputado.

En cualquier caso, su deriva conservadora, en alianza con sus antiguos rivales en el sindicalismo agrario, se hizo evidente. En 1932 formaba parte de la Cámara Agraria Provincial, reducto habitual de los grandes propietarios, llegando a firmar un acuerdo de colaboración entre la Asociación de agricultores y la Cámara, que fue incumplida por esta última institución. Y en 1933 ya era agente para Sigüenza y Atienza de la Asociación de Agricultores de España, cuyo delegado en la provincia era Fernando Palanca Martínez-Fortún, un militar y terrateniente que había sido alcalde de la capital alcarreña durante la Dictadura de Primo de Rivera.

Pero a pesar de estos enfrentamientos políticos con destacados militantes de la izquierda provincial, durante los meses del verano de 1936 en los que Sigüenza y su comarca estuvieron bajo el control del gobierno republicano, Ignacio Cerezo no fue molestado y siguió ejerciendo como funcionario del cuerpo de Correos. En ese período, en el que la afiliación sindical era muy recomendable, se inscribió en el Sindicato Único de Telecomunicaciones de la CNT, e incluso contribuyó con 10 pesetas a la suscripción abierta por el periódico CNT de Madrid en favor de las víctimas del fascismo, como se recoge en el número correspondiente al 25 de septiembre de 1936 de esa publicación.

Tras la caída de la ciudad episcopal en manos del ejército rebelde, Ignacio Cerezo siguió viviendo en Sigüenza y trabajando, en un primer momento, como empleado de Correos en la estafeta local, según se deduce de una cuestación para la reconstrucción de la catedral seguntina que fue publicada en El Henares del 27 de diciembre de 1936, donde aparece la suscripción de “Ignacio Cerezo, oficial de Correos” con la cantidad de 15 pesetas. Durante el resto del conflicto, según reconoce su hijo Prometeo, trasladó a su familia a la vecina localidad soriana de Almazán que estaba más alejada del frente de guerra y donde residían algunos familiares del matrimonio Cerezo de Diego.

Después de pasar el preceptivo expediente de depuración de las autoridades franquistas, en su caso incoado por el Juzgado Especial de la Dirección General de Correos y Telecomunicación, fue apartado del servicio durante algún tiempo y desterrado a Molina de Aragón, hasta que en 1942, degradado en su categoría, fue asignado a la administración de Correos de Molina de Aragón, como ya señalamos, localidad a la que se trasladó con toda su familia y en la que siguió residiendo, en el número 8 de la calle Quemadales, hasta su fallecimiento, aunque visitaba Sigüenza con frecuencia.

Durante los años que estuvo suspendido de empleo y sueldo como consecuencia del expediente de depuración se ganó la vida impartiendo clases particulares en su propio domicilio y con la representación comercial de algunas compañías de seguros y de maquinaria agrícola, coadyuvando de ese modo a la modernización de la agricultura en los pueblos del Señorío, que recorría en bicicleta hasta que sufrió un accidente. También vendía máquinas de coser y, con la ayuda de su hija Elena, daba cursos para aprender a coser a máquina. 

Su actividad periodística

Estrechamente vinculada a su labor sindical estuvo su actividad periodística. En la segunda década del siglo pasado fue redactor del semanario seguntino La Defensa, y en calidad de colaborador de esa cabecera en 1925 fue admitido en la Asociación de la Prensa de Guadalajara. También publicó artículos esporádicamente, siempre sobre temas agrarios, en El Sol, Flores y Abejas, El Progreso de Lugo, El Avisador Numantino o el semanario Renovación de Jaén, entre otras publicaciones; además de colaborar con El Socialista, como ya indicamos. También es posible que fuese corresponsal del diario progresista madrileño La Libertad, a juzgar por la crónica puntual y detallada de las actividades de la sociedad de labradores seguntina que ofrecía este periódico.

Pero sobre todo destacó por su dirección del Boletín Agrícola de la mencionada Asociación de agricultores, cuya junta directiva aprobó iniciar su publicación en una reunión celebrada en Sigüenza el 12 de septiembre de 1928. Su primer número salió del taller tipográfico seguntino de Cándido Rodrigo el 10 de octubre de ese mismo año y su último número se publicó el 5 de mayo de 1936. Se distribuía gratuitamente a los afiliados al sindicato y se vendía por diez céntimos al público en general. Durante el destierro de Ignacio Cerezo en Bilbao, se interrumpió temporalmente la publicación y fue sustituido interinamente en la dirección del Boletín por su hermano José Cerezo.

Además de sus artículos periodísticos, también escribió varios cuentos y relatos y fue autor de un guión para una película de temática medieval, basado en el Libro del caballero Zifar, pero los altos costes de rodaje desanimaron a un productor cinematográfico de llevarlo a la gran pantalla.

JUAN PABLO CALERO DELSO

jueves, 7 de septiembre de 2023

ANTERO BAÑOS MONTERO

BAÑOS MONTERO, Antero

[Guadalajara, 1850 / Guadalajara, 15 de octubre de 1925]

 Antero Baños Montero nació en la ciudad de Guadalajara en el año 1850 y falleció en la capital alcarreña el día 15 de octubre de 1925. Contrajo matrimonio con Emilia García Ruiz, también nacida en Guadalajara en 1850, que era hija de Vicente García Ludeña y de Luisa Ruiz Olmeda, y que falleció en la misma ciudad el 15 de mayo de 1929. Tuvieron un hijo, Antonio Baños García, que nació en la capital alcarreña el 17 de enero de 1874.

Vino al mundo Antero en el seno de una familia que residía en la ciudad arriacense, por lo menos, desde el siglo XVIII y que estaba dedicada a oficios manuales; en el padrón de 1813 ya encontramos al matrimonio formado por Fernando Baños y Jesusa Hita y sabemos que, el 24 de noviembre de 1824, el zapatero Mariano Baños Veguillas, con taller en el número 14 de la calle de Bardales, se presentó a un “concurso habierto [sic] por el ayuntamiento para la adquisición de calzado para los guardias y serenos del mismo”.

Por su parte, Antero era hijo de Felipe Baños Nicolás, que nació en Guadalajara en 1819, hijo de Gabriel Baños y de Juliana Nicolás, y que falleció en la misma ciudad el 20 de febrero de 1888, y de Petra Montero Lozano que también nació en Guadalajara, hija de Manuel Montero y de Gregoria Lozano, y que murió en Guadalajara el 29 de marzo de 1885 a los 66 años de edad. Ofrece una buena prueba del nivel social de la familia que Petra Montero, con tan solo doce años de edad, estuviese empleada como criada en casa del barbero Tomás Sánchez Fluiters.

Antero se crió en el seno de una familia muy numerosa que, durante su infancia, vivió en el número 4 de la plaza de la Fábrica, que se abría frente al Palacio del Infantado; su hermana Pilar murió con sólo cuatro años el 27 de enero de 1864, su hermano Ruperto lo hizo el 17 de octubre de 1917 a los 71 años de edad, habiendo estado casado con Tiburcia España; su hermana Aurea, que era viuda de Dionisio Medina Elegido, falleció el 2 de abril de 1925 a los 72 años de edad, en su domicilio del número 7 de la calle de Bardales y su hermano Pedro, casado con Antonia de la Torre Ranz, falleció el día 19 de febrero de 1931 con 74 años.

Como ya hemos señalado, Antero Baños y Emilia García solo tuvieron un hijo, Antonio, que completó en 1893 los cursos de Bachillerato en el Instituto provincial de segunda enseñanza y se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad Central madrileña. Una vez terminados con éxito sus estudios, ejerció la profesión como médico titular en distintos pueblos de la provincia: Loranca de Tajuña, donde fue presidente de la Junta Local de Reformas Sociales y de la Junta Municipal del Censo electoral, en la agrupación de pueblos de Aranzueque, Yebes y Valdarachas, también en Valdeavero y, por último, en Alovera.

Su vida laboral

Antero Baños Montero destacó en los estudios, que cursó en la Escuela Práctica de la Normal de Maestros de Guadalajara con el maestro Lorenzo García, mereciendo algunos premios de final de curso en Geometría y Religión. Sin embargo, como entonces era habitual entre los hijos de la clase obrera, no ingresó en el Instituto provincial de segunda enseñanza, pues heredó de su padre y de toda su familia la profesión de zapatero, oficio en el que trabajó desde que era muy joven.

Pero, aunque siguió viviendo en la ciudad arriacense y durante el ejercicio de 1896-1897 llegó a formar parte de su Junta municipal, no permaneció mucho tiempo en el negocio familiar porque su espíritu inquieto le llevó a ejercer otros trabajos. Ya en 1883, en la lista de alumnos matriculados en las Escuelas Municipales, a la que acudía su hijo Antonio, aparecía con la profesión de empleado y, más adelante, se dedicó a la hostelería, regentando el bar de la sociedad recreativa La Peña, que tenía su sede en la céntrica Plaza de Moreno, y en 1897 instaló un “lujoso café” en la casa contigua al Colegio de Huérfanas del Ejército de Guadalajara, establecido en el Palacio del Infantado. Pero en mayo de 1900 no renovó la contrata con La Peña, haciéndose cargo del establecimiento José Fernández aunque muy brevemente, pues el 29 de julio de ese año la sociedad cerró definitivamente sus puertas. Al perder esta concesión hostelera, Antero Baños se trasladó a vivir a Madrid.

Los primeros años del nuevo siglo no fueron fáciles para él y su familia como consecuencia de su precaria situación económica. En 1905 fue amenazado de embargo por impago de la contribución urbana en Guadalajara, y las notificaciones por impagos al Estado continuaron en 1910 y 1911. Seguramente acuciado por las deudas, en 1906 se trasladó a vivir a Loranca de Tajuña, donde su hijo era médico titular de la localidad. Sabemos que retornó a Guadalajara, pues en 1916 solicitó al Ayuntamiento de la ciudad permiso para una acometida de agua para su domicilio, y aquí falleció en 1925.

El negocio de zapatería familiar continuó en manos de Mariano Baños Veguillas, que regentó una conocida zapatería en mismo el número 14 de la calle de Bardales, en la que parte de la familia Baños vivió y tuvo su taller durante más de un siglo.

Su actividad sindical

El semanario internacionalista La Federación, en su número del 8 de octubre de 1871, anunciaba que se encontraba próxima a constituirse una Federación Local de la Asociación Internacional de Trabajadores en Guadalajara. Como en el caso de Brihuega, el proceso de formación no fue fácil y el 17 de diciembre de 1871 el Consejo Federal internacionalista español aceptaba la afiliación individual de Bernardino Martín, pintor de oficio y con domicilio en Guadalajara, y de Antonio Arbeig, obrero chocolatero residente en Brihuega, a las que hay que sumar la adhesión de Antero Baños Montero, que se recogía en el acta del Consejo Federal del 31 de enero de 1872, mostrando la impaciencia de los tres promotores de la organización obrera en la provincia por sumarse a la Internacional de los trabajadores.

También, como en el caso de Brihuega, el núcleo internacionalista arriacense optó por formar previamente una sociedad obrera de carácter mutual y solidario, antes de formalizar la Federación Local de la Internacional de trabajadores. En el otoño de 1871 se fundó la Asociación Cooperativa de Obreros de Guadalajara, una iniciativa que servía al semanario La Federación, en su número del 24 de diciembre de 1871, para dar cuenta en sus páginas del dinamismo extraordinario de la incipiente Federación Local de la capital alcarreña, asunto sobre el que insistía en su número del 14 de enero de 1872, aunque sin ofrecer datos más concretos. Finalmente, los desvelos de Antero Baños y Bernardino Martín dieron fruto y en su reunión del 10 de febrero de 1872 el Consejo Federal aceptó la constitución definitiva de la Federación Local internacionalista de Guadalajara.

Sin embargo, su vida activa fue muy breve; pues todo parece indicar que durante el verano de 1873, con motivo de la caída del proyecto federal de Pi y Margall y el fracaso de la revuelta cantonal, el republicanismo popular y la Internacional obrera entraron en crisis en tierras alcarreñas. Para entonces la sección de Guadalajara de la FRE había ido cesando poco a poco en sus actividades y espaciando su contacto con el Consejo Federal, aunque mantuvo alguna actividad porque sabemos que Antero Baños envió un donativo para apoyar a unos trabajadores en huelga, según recogía La Emancipación el 18 de enero de 1873.

A principios de ese verano, aún se mantenía viva la identidad entre la República y los trabajadores arriacenses, como lo demuestra la implicación de los Voluntarios de la República (y de sus más destacados militantes obreros: Tomás Gómez, Antero Baños, Ignacio Aragonés, Manuel de la Rica o Mariano Cordavias) en la represión de la huelga de jornaleros convocada en Quer el 2 de julio de 1873. No deja de resultar paradójico que el primer movimiento huelguístico de la Guadalajara contemporánea fuese campesino y que fuese reprimido por las cabezas visibles del movimiento obrero, sin que puede alegarse en su descargo que el citado movimiento huelguístico tuviese un carácter carlista, como se dijo, pues ni contaba Carlos VII con nutridas simpatías en la comarca de La Campiña ni la instrucción del sumario cayó bajo la jurisdicción del juez especial encargado de la rebelión carlista.

En cualquier caso, al comenzar el mes de agosto de 1873, Antero Baños Montero abandonó la milicia de los Voluntarios de la República, síntoma evidente del divorcio entre la República y los sectores más avanzados del movimiento obrero alcarreño. Y pocos meses después le siguieron el resto de trabajadores de Guadalajara y los militantes más sinceramente federalistas. Desde entonces solo quedó en pie la citada Asociación Cooperativa de Obreros de Guadalajara, presidida por Tomás Gómez y sostenida por los mismos trabajadores que desde las filas del republicanismo federal se habían organizado en la sección local de la Internacional obrera.

La ilegalización de la Federación Regional Española de la Internacional obrera tras el golpe de Estado del general Manuel Pavía en enero de 1874 dificultó extraordinariamente el normal desarrollo de la vida societaria del proletariado militante, condenando a la clandestinidad al Partido Republicano Federal y forzando la práctica disolución de la Federación Local obrera de Guadalajara, impedimentos que continuaron durante los primeros años de la Restauración monárquica bajo los gobiernos conservadores.

Sin embargo, a partir de 1881, con la llegada al gobierno de los liberales de Práxedes Mateo Sagasta, se autorizaron de nuevo tanto los partidos antimonárquicos como las sociedades obreras, renovándose los intentos de organizar a los trabajadores de Guadalajara en la nueva Federación de Trabajadores de la Región Española, heredera de la antigua FRE, de orientación libertaria y ya desvinculada del republicanismo federal, pues “sin negar la eficacia de la libertad, progenitora de nuestra escuela; sin renunciar o prestar nuestro apoyo independiente, y sin compromiso alguno, a los partidos democráticos en general y al federal pactista, nuestro afín en los medios orgánicos, en particular, no olvidaremos por un instante que unos y otros se hallan muy lejos de nosotros, y que sería caótico y anti-humanitario renunciar al completo triunfo de la causa del Proletariado, que ninguno de aquellos persigue”, según un artículo remitido desde Guadalajara a la Revista Social.

Una vez más, de entre el grupo de militantes anarquistas arriacenses que habían mantenido en pie la Asociación Cooperativa de Obreros durante esos años, sobresalió el liderazgo de Antero Baños Montero. Durante el otoño de 1881 se dieron los primeros pasos para reconstruir una Federación Local de la FTRE, a partir del nacimiento de una Sociedad de Zapateros, seguramente alentada por él, a quien también se pueden atribuir con poco margen de error algunos artículos publicados en la anarquista Revista Social, en sus números del 27 de octubre y 22 de diciembre de 1881. Al mismo tiempo, se establecían contactos con los obreros de Sigüenza y se informaba de los avances del movimiento obrero alcarreño desde las páginas de la citada Revista Social.

Pero, frustrado el proyecto de organizar una Federación Local de la FTRE en la ciudad de Guadalajara y disuelta, por los enfrentamientos internos, la Asociación Cooperativa de Obreros, Antero Baños Montero abandonó toda actividad sindical e incluso, como hemos señalado, dejó de ser un trabajador manual para intentar convertirse, sin mucho éxito, en un empresario.

JUAN PABLO CALERO DELSO

 

jueves, 28 de julio de 2022

NARCISO MARTÍNEZ IZQUIERDO

MARTÍNEZ IZQUIERDO, Narciso

[Rueda de la Sierra, 29 de octubre de 1830 / Madrid, 19 de abril de 1886]

Narciso Martínez Izquierdo nació en el pueblecito de Rueda de la Sierra el 29 de octubre de 1830, en una familia de modestos campesinos del Señorío de Molina. Su padre, Andrés Martínez, era de Rueda de la Sierra y su madre, Ángela Izquierdo, de Campillo de Dueñas. Falleció en Madrid el 19 de abril de 1886, asesinado en la escalinata de entrada de la catedral madrileña, cuya sede episcopal ocupaba.

Estudio dos años de latín en Molina de Aragón, y desde allí marchó a Sigüenza para ingresar en el Seminario seguntino donde permaneció entre 1853 y 1855, marchando en 1856 a la Universidad Central de Madrid, concluyendo sus estudios con los grados de Bachiller en Filosofía y en Teología con las mejores notas. Posteriormente, se trasladó a Toledo para ampliar sus estudios y ganó los grados de Licenciado en Derecho Canónico y Doctor en Teología, también con las máximas calificaciones.

El día 11 de abril de 1857, con veintiséis años de edad, fue ordenado sacerdote y permaneció en el Seminario seguntino como profesor. Hasta que en 1864 ganó unas oposiciones a canónigo magistral de la catedral de Granada, ocupando en esa diócesis andaluza la dirección de su Seminario. Durante los primeros meses del Sexenio Revolucionario se puso a prueba su valía personal, y se enfrentó a las nuevas autoridades democráticas para conservar los fondos del Seminario y para salvaguardar al obispo; mientras tanto, fue nombrado canónigo arcediano de Granada.

Su acción política

Como a tantos católicos hasta entonces despreocupados de la vida política, las transformaciones sociales del Sexenio Revolucionario les motivaron para salir en defensa de la Iglesia Católica, que veían amenazada, y para hacerlo desde las filas del carlismo, que mostraba una oposición más radical al nuevo régimen. Se presentó como candidato en las elecciones que tuvieron lugar el 8 de marzo de 1871, convocadas por el rey Amadeo I de Saboya que desde el mes de enero ocupaba el trono español. Aspiraba a ocupar el escaño por su circunscripción natal del Señorío de Molina y lo hacía con el aval del partido carlista, que tras el fracaso insurreccional de 1869 había optado, aparentemente, por las vías políticas exclusivamente.

Aprovechando el amplio apoyo del Carlismo en el Señorío y su popularidad entre sus paisanos, fue elegido diputado con el respaldo de 4.366 molineses y desde el 5 de mayo se sentó en el Congreso de los Diputados. A pesar de su ideología tradicionalista y de su cerrada defensa de los privilegios de la Iglesia Católica, Narciso Martínez Izquierdo mostró una cara más amable y menos intransigente del carlismo que uno de sus más conocidos portavoces parlamentarios, el también canónigo Vicente Manterola, que como diputado por San Sebastián había representado al carlismo más integrista y montaraz en la anterior legislatura. Así, el debate celebrado en octubre de 1871 sobre la ilegalización de la Primera Internacional le permitió mostrar lo avanzado de sus ideas sobre la cuestión social. Cesó en sus funciones el 24 de enero de 1872 con motivo de la disolución de las Cámaras. En la siguiente convocatoria electoral, el 3 de abril de 1872, el candidato carlista Ángel Herráiz Bedoya fue elegido diputado a Cortes por Brihuega, pero no se incorporó porque el Carlismo abandonó la vía política el día 14 de abril de ese año.

El 16 de enero de 1874 fue designado obispo de la diócesis de Salamanca, siendo finalmente consagrado el 1 de febrero de 1875. Fue el presidente de la República, Emilio Castelar, quien propuso en diciembre de 1973 que Narciso Martínez Izquierdo ocupase la sede episcopal salmantina, pues había coincidido con él en las Cortes de 1871 y, a pesar de sus profundas diferencias ideológicas, quedó gratamente impresionado por su elocuencia y capacidad intelectual.

Su investidura como obispo y la restauración de la monarquía tras el golpe de Estado del general Arsenio Martínez Campos, que devolvía a la Iglesia su tradicional influencia y poder, no le apartaron de la actividad política e institucional. El 2 de febrero de 1876 se celebró en el salón de la Diputación Provincial de Guadalajara la elección de los Senadores de la provincia alcarreña para el nuevo período de sesiones. De los 433 electores con derecho al sufragio, lo ejercieron 389, obteniendo una amplia victoria los candidatos conservadores: 336 papeletas para Domingo Benito Guillén, 322 para Narciso Martínez Izquierdo, que ya no se identificaba como carlista, y apoyos notablemente menores para otros candidatos electos: 287 para Amaro López Borreguero y 247 para Manuel Antonio de Acuña y Dewite, marqués de Bedmar. El 2 de marzo de 1876 hizo su juramento y se incorporó a su escaño de senador.

El 6 de abril de 1877 fue de nuevo elegido senador, pero en este caso no lo fue por su provincia natal, sino que acudió a la Cámara Alta en representación del Arzobispado de Valladolid, una elección sencilla pues sólo trece compromisarios tenían derecho al voto y nueve de ellos le eligieron como senador. El 14 de junio de 1877 envió una carta al Senado disculpándose por no haberse incorporado todavía a las sesiones, y alegaba “las continuas y graves ocupaciones del cargo episcopal han hecho que no haya podido presentarme y llenar tan honroso cometido”, y aunque aseguraba que se incorporaría muy pronto no prestó juramento hasta el 8 de mayo de 1878. Fue reelegido para el mismo escaño en las legislaturas de 1879-1880, según acta electoral del 3 de mayo de 1879, y de 1881-1882, elegido en el proceso electoral celebrado el 2 de septiembre de 1881.

Su acción parlamentaria en el Senado de la Restauración siguió estando, en todo momento, dedicada a defender los privilegios de la Iglesia Católica y el ejercicio por los eclesiásticos de una censura moral sobre la legislación de la monarquía liberal. Así, por ejemplo, defendió ardientemente la obligatoriedad de la enseñanza católica y sostuvo la prohibición del matrimonio civil, abandonando su escaño en 1882 después de que éste fuese autorizado por el liberal Práxedes Mateo Sagasta.

Su labor pastoral

El 27 de marzo de 1885, a los cincuenta y cuatros años de edad, fue nombrado obispo de la recién creada diócesis de Madrid-Alcalá, establecida por el papa León XIII y de la que fue su primer prelado. Se reconocía así la importancia de la capital del reino que, como todos sus contornos, seguía hasta entonces bajo el gobierno del arzobispado de Toledo, aunque hacía prácticamente trescientos veinticinco años que Felipe II había establecido allí su corte y el centro de su Imperio.

La realidad pastoral de la nueva diócesis era deplorable; el nuevo obispo escribía el 3 de abril de 1885 una carta en la que se lamentaba: “Solamente el estado de esta población es para aterrar, Me aseguran que mueren más de un 70 por 100 sin Sacramentos, dependiendo esto principalmente de que la cura de las almas es muy escasa, mal dispuesta y sin dotar”. Afirmaba que por tres veces había rechazado el nombramiento, pero que la obediencia y fidelidad al Papa, que había mostrado su disgusto por el rechazo, le forzó a aceptar esta responsabilidad.

El 2 de agosto de 1885 llegaba Narciso Martínez Izquierdo a Madrid y en el altar mayor de la Iglesia del Sacramento, junto a la Calle Mayor, prestó su juramento ante el arzobispo de Valladolid como primer obispo de Madrid. No entró en buena hora en la diócesis madrileña, que en esos días era víctima de una epidemia de cólera, de las más graves que padeció la Península en todo el siglo XIX, y a las carencias de la acción pastoral se sumaban las urgencias de una emergencia sanitaria.

Respondió con el habitual recurso a la caridad de los ricos, “puso todos los medios posibles para socorrer a los atacados, llevando el consuelo al lecho del dolor, abriendo suscripciones para remediar muchas necesidades, y aún dedicando sus propios bolsillos para que nada faltase a los carentes de fortuna”, y a las plegarias de los pobres; así se podía leer en la prensa: “Se acordó, en principio, celebrar una gran rogativa por las calles de esta capital para pedir al Todopoderoso se apiade de los habitantes de España, que sufren los rigores de la epidemia. Dicha ceremonia será presidida por el nuevo Prelado”.

Aquéllas fueron fechas de luto para todos los españoles, y ni siquiera la Familia Real se libró de la fúnebre llamada de la muerte; el 25 de noviembre de 1885 moría el rey Alfonso XII y, como obispo de Madrid, le correspondió a Narciso Martínez Izquierdo asistirle en su lecho mortuorio y celebrar su misa de funeral corpore insepulto en la basílica del Real Sitio de El Escorial.

El 19 de abril de 1886, cuando aún no llevaba un año al frente de la diócesis, falleció como resultado de un atentado del que fue autor el cura Cayetano Galeote Cotilla, un sacerdote irascible y violento que el día 18 le disparó tres tiros en la escalinata de la catedral madrileña de San Isidro cuando la nueva diócesis se aprestaba a celebrar por primera vez el Domingo de Ramos. Mientras caía herido de muerte el prelado sólo acertó a decir a su asesino “¡Dios te perdone!” y, a causa de su extrema gravedad, se le trasladó a una estancia que se habilitó junto al atrio de la catedral madrileña, y falleció al día siguiente, treinta horas después del atentado. En sus últimas horas fue atendido por el doctor Juan Creus Manso, otro guadalajareño de pasado carlista, que en el momento del atentado estaba casualmente en el interior del templo catedralicio.

El cura Galeote alegó en su defensa ser víctima de oscuras persecuciones en las que participaba el obispo Martínez Izquierdo, aunque en realidad se sentía perjudicado por las reformas emprendidas por el obispo, fue juzgado y condenado a la pena de muerte. La reacción de la opinión pública, que parecía ser incapaz de asumir que un sacerdote asesinase a su obispo, forzó un nuevo dictamen médico, que determinó a la justicia a recluir a Cayetano Galeote a perpetuidad en el manicomio de Leganés, donde falleció en 1922.

En Madrid y en Molina de Aragón se puso su nombre a sendas calles y en su pueblo natal de Rueda de la Sierra se levantó un pequeño monumento en su honor.

JUAN PABLO CALERO DELSO