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jueves, 30 de enero de 2014

JOSÉ CAMINO NESSI

CAMINO NESSI, José
[Iloílo, 1890 / ]

Nació en lloílo, en el archipiélago de las Filipinas, en el año 1890, de familia peninsular. Su madre llevaba el apellido italiano Nessi, el mismo que la madre del también escritor Pío Baroja, y su padre, Alfredo Camino García, era un oficial del Cuerpo de Infantería del ejército que estuvo destinado en Filipinas pero que, al terminar el dominio español en aquellas islas del Océano Pacífico, se trasladó con su familia a la metrópoli y se estableció en tierras alcarreñas, donde ascendió a teniente coronel y fue profesor de la Academia de Ingenieros militares y jefe de la Caja de Reclutas. En Guadalajara contrajo segundas nupcias con María Torcal Encabo y aquí falleció el 1 de marzo de 1912, cincuenta y cuatro años después de su nacimiento en Majadahonda.
José Camino Nessi alcanzó el título de Bachiller en septiembre de 1908, obteniendo en ese curso tres matrículas de honor (en Agricultura, Historia Natural y Química General), mereciendo además la nota de sobresaliente en ambos ejercicios del examen final de Bachillerato (Ciencias y Letras) y consiguiendo el Premio Extraordinario en Ciencias del Instituto de Guadalajara. Sus excelentes resultados académicos le orientaban hacia los estudios científicos, de tal modo que en diciembre de 1907, siendo aún estudiante, ofrecía en la prensa madrileña sus “Apuntes completos con sujeción al programa oficial” de la asignatura de Química, editados por él mismo y que vendía al precio de tres pesetas.
Sin embargo, no cursó estudios superiores y desde muy joven ingresó como funcionario del Cuerpo de Telégrafos, obteniendo un primer destino en Guadalajara como auxiliar en septiembre de 1906; su hermana, Carmen Camino Nessi, fue una de las cinco primeras españolas que obtuvo una plaza de funcionaria, concretamente en el Cuerpo de Estadística. En 1912, todavía empleado en la capital alcarreña, ascendió de Oficial de Quinta clase a Cuarta clase, y poco después se trasladó a la localidad soriana de Medinaceli, desde donde en 1915 solicitó y consiguió un destino en la oficina de telégrafos de San Sebastián, donde residió durante algún tiempo pues sabemos que participó en las actividades del Ateneo Guipuzcoano y en la vida cultural donostiarra, por lo menos hasta 1920. Finalmente, tras tanto ajetreo, obtuvo una plaza definitiva de telegrafista en Madrid, residiendo en el tercer piso del número 147 de la calle de Atocha.

Su obra literaria
Aunque siempre estuvo vinculado al Cuerpo de Telégrafos, supo compaginar su afición por la escritura con su actividad profesional. Así le podemos encontrar tanto dirigiendo la palabra a sus compañeros telegrafistas en distintos actos y conferencias de carácter laboral, como formando parte de la redacción de El Telégrafo Español, una revista ilustrada profesional y técnica, y, posiblemente, de Electra, otra revista profesional. Además, parece ser que junto con Hermán Izquierdo fue el autor de la obra El instalador de teléfonos, aunque no pudo ser editada en 1896 como se dice.
Sin embargo, no cabe duda de que su primera dedicación fue la literatura. José Camino Nessi fue autor de una obra, en verso y en prosa, que se encuadra en el modernismo español de principios del siglo XX. Preguntado en 1929 el poeta Mauricio Bacarisse sobre a qué generación poética pertenecía, respondía éste: “De la de 1914. Es decir, de aquella en la que formaron conmigo Luis Fernández Ardavín, Camino Nessi, Joaquinito Dicenta, Juan José Llovet, Rey Soto, por no citar más nombres”, un grupo de jóvenes “rubenianos todos […] todos estábamos borrachos” de la luz de Rubén Darío.
La publicación en 1911 de su primer libro de poemas para adultos, El libro de los viejos decires, fue acogido con satisfacción por la crítica. “Saludemos la aparición gentil de un poeta elegante y noble, José Camino Nessi, que nos da una ofrenda espiritual de estirpe altísima”, decía El Heraldo de Madrid. Y añadía La Correspondencia de España: “He aquí una revelación. Camino Nessi, poeta provinciano que nadie conocía, será, desde la aparición de su libro, un beligerante en el campo de las letras […] demuestra dos cosas: que su autor conoce admirablemente la vieja y gloriosa poesía castellana, y que sabe, usando los antiguos ritmos, acomodar á ellos una inspiración vigorosa, juvenil, fresca, lozanísima. Algunas de las poesías que figuran en este volumen son de lo más bello que se ha escrito en España, en materia de versos, desde hace veinte años”; por su parte, en La Lectura se podía leer: "La versificación de Camino Nessi es fluida y en ocasiones muy hábil. Maneja con singular gracejo los versos cortos, sin que en los demás el don del ritmo se le muestre esquivo". También en Guadalajara la prensa se hizo eco de su publicación, y Vicente Ruiz Rojo animaba así desde Flores y Abejas al autor: “Mi más sincera felicitación, Sr. Camino, y siga hermoseándose aún más en sus poesías con el dolor, maestro de la humanidad, para sentir lo bueno, lo noble y lo grande”.
Desde entonces sus poemas figuraron en algunas de las más populares colecciones poéticas que se editaron en aquellos años, como el Parnaso español contemporáneo, seleccionado por José Brisa para la reconocida Casa Editorial Maucci de Barcelona, o la completa antología que publicó en 1922 don Ramón Segura de la Garmilla. Además, sus poemas se publicaron en numerosas revistas de su tiempo. Destacan sus colaboraciones en la sección del "Cancionero" de El Heraldo de Madrid a partir de enero de 1914, que recogía algunos de sus poemas en la primera página con periodicidad irregular. Pero también encontramos versos de Camino Nessi en La Esfera, donde apareció en 1917 una composición suya con el significativo título de "Responso a Rubén", Por esos mundos y Fígaro en 1916 y en 1919 en Grecia, una revista de literatura sevillana. También en Blanco y Negro, Nuevo Mundo, El Imparcial… Uno de los más curiosos es el poema que con el título de “Un drama sobre el tablero” y subtitulado “poema de ajedrez con el asunto de una partida de Morphy” vio la luz en marzo de 1930 en la revista valenciana Ajedrez. Sin embargo, en la década de los años veinte, sus publicaciones poéticas se redujeron, víctimas de lo que Cristóbal de Castro llamó "el ocaso de las liras" y Ernesto López-Parra denominó "los ruiseñores mudos". También participó en diferentes veladas artísticas, recitando sus poemas en el Ateneo de Madrid.
Su producción en prosa no ganó tan generales aplausos; sin embargo, algunas críticas fueron excesivamente despiadadas; así la revista humorística Gedeón, al comentar su novela La ciudad del cielo, le decía: “¿Ha pensado usted bien lo que pide? Fíjese, Sr. Camino Nessi. Nada menos que una opinión imparcial. ¿Dice usted que sí? Bueno, pues oiga: No escriba usted la segunda novela”, aunque su primer relato en prosa había sido Fragancias de conseja, una serie de coloquios novelescos que habían salido de imprenta en 1911. Si bien es cierto que la novela no se acomodaba al tono poético del modernismo, tampoco estuvo particularmente muy acertado al inclinarse hacia lo que podemos llamar novela de tesis decimonónica. Quizás su estilo literario tuviese más fácil acomodo con la novela breve, pues en 1911 ganó el concurso de relatos que organizó el semanario Flores y Abejas con un cuento titulado Sacrificio, y en septiembre de 1925 la revista Blanco y Negro le publicó otra novela corta: Vidas de Tramontana.
Junto a las ya citadas, sus obras más destacadas son: Versos para los niños, de 1910; El libro de los viejos decires, una colección de poesías editadas en 1911; Fragancias de conseja, unos coloquios novelescos que salieron de imprenta el mismo año; y las novelas La ciudad del cielo, de 1912; El caso de Sor Amor Hermoso, que se editó en 1913 en la colección Los Contemporáneos; La vida estéril, de 1916; Bodas de humo, en 1919; el libro de poemas Hogueras en la noche, de 1920…
Igualmente hizo distintas traducciones literarias, entre las que podemos señalar obras de Pierre Loti (La primera juventud), de William Shakespeare (Ensueño de una noche de estío, en verso y prosa en 1920) o de Charles Dickens (en 1921 fue el traductor de Tiempos difíciles, por ejemplo). Y también escribió algún artículo para el semanario Flores y Abejas de Guadalajara.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 26 de enero de 2014

ELENA SÁNCHEZ DE ARROJO

SÁNCHEZ DE ARROJO, Elena
[Madrid, 1857 / Guadalajara, 28 de junio de 1947]

Elena Sánchez de Arrojo nació en Madrid en el año 1857 y falleció el 28 de junio de 1947, a los noventa años de edad, en la ciudad de Guadalajara, cuyo cementerio acogió sus restos mortales. Contrajo matrimonio con Víctor Martínez Cardenal, un militar que falleció en las Islas Filipinas y quedó enterrado en la iglesia de San Agustín de Manila, con el que tuvo dos hijos, que también fueron oficiales del ejército español: Emilio, que falleció en plena juventud siendo capitán de Infantería de Marina y Gentilhombre del rey Alfonso XIII, Víctor, que contrajo matrimonio con Ángela Sastre y que también falleció antes que su madre, y César, casado con Carmen Rodríguez.
Era hija de Pascuala de Arrojo y Valdés, fallecida en Guadalajara el 22 de septiembre de 1922 a los 93 años de edad, y del abogado liberal Emilio Sánchez, del que sabemos muy poco pues murió todavía joven. El matrimonio tuvo dos hijos: Elena y Emilio, un laureado comandante del ejército español que murió en Calaganang durante la Guerra de Independencia de Filipinas de 1898. Pascuala de Arrojo casó en segundas nupcias con César Tournelle, un poeta que había sido profesor del rey Alfonso XII y que falleció en 1906; su relación con la Familia Real era tan estrecha que la infanta Paz de Borbón acudió personalmente a Guadalajara para visitarla con motivo de su enfermedad.
Durante muchos años Elena Sánchez de Arrojo vivió en Filipinas, "donde pasé los más venturosos años de mi vida, entre amigos cariñosos y consecuentes, tanto como jamás volví a tener", según sus propias palabras, y donde comenzó a publicar sus primeros trabajos periodísticos y literarios. Ya viuda, se trasladó a la Península, residiendo primero en Madrid en la calle de Hartzenbusch, en el barrio de Chamberí, para establecerse después en Guadalajara, donde vivió en el piso principal del número 27 de la calle de Jáudenes.
Su acción política
Elena Sánchez de Arrojo fue la primera mujer de la burguesía guadalajareña que destacó por su actividad pública; otras mujeres habían tenido un evidente protagonismo en la historia más reciente de la provincia de Guadalajara, y lo hicieron en muy distintos ámbitos, pero siempre rehuyendo la acción política partidista e institucional. Por el contrario, ella fue capaz de dar el paso desde las actividades caritativas propias de las damas de su clase social hasta la propaganda del catolicismo social y la política institucional.
Quizás el primer paso lo dio con la fundación hacia el año 1918 del Sindicato Obrero Femenino de la Inmaculada Concepción de Guadalajara, uno de los escasos, por no decir el único, sindicato confesional católico de la provincia que no agrupaba básicamente a agricultores y que buscaba organizar a los trabajadores de las áreas urbanas, aunque en este caso fuese un sector tan particular como el de las modistas, costureras y empleadas domésticas. Su lema era “Trabajo cristiano, justicia y caridad en su organización, unión y solidaridad en los agremiados”, síntesis de un programa sindical que tenía demasiados residuos del caduco gremialismo católico y de la tutela patronal.
Tenía su sede social en la iglesia de Santiago Apóstol y era su consiliario el sacerdote Francisco Mariño, encargado de esa parroquia. Aunque a sus actos asistían casi un centenar de afiliadas, seguramente el número de trabajadoras no era tan elevado y algunas de las socias y cooperantes serían mujeres de las clases medias que las empleaban a su servicio; ese era el caso de Elena Sánchez de Arrojo, su presidenta, y de Inés Ugarte de Calvo, su tesorera.
Pero, sobre todo, fue la primera mujer que ocupó una concejalía en la provincia de Guadalajara. Suprimidas por la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera las elecciones plenamente democráticas y condenadas a la clandestinidad algunas corrientes ideológicas y los partidos y sindicatos que las sostenían, el Directorio primorriverista modificó el método de elección de los concejales, sustituyendo el sufragio universal por la libre voluntad del régimen o reservando concejalías a determinadas instituciones y corporaciones. Fue así como Elena Sánchez de Arrojo entró en el Ayuntamiento de la ciudad de Guadalajara en el mes de enero de 1927; curiosamente presidió la primera sesión por ser el concejal de mayor edad. Entró a formar parte de las Comisiones de Agua y Arbolado y de Beneficencia, Sanidad y Limpieza, pero sólo permaneció nueve meses en el municipio, y a partir del acta correspondiente al pleno municipal del 19 de octubre de 1927 no vuelve a asistir a las sesiones.
En enero de 1931, y con motivo de la fiesta onomástica del rey Alfonso XIII, se concedieron por el Ministerio de Instrucción Pública algunos títulos de comendadores de número, ordinarios, caballeros y cruces de la orden civil de Alfonso XII, los últimos que fueron concedidos por el rey, y ella se encontraba entre los condecorados.

Su actividad social
Siempre atenta a los asuntos de la mujer, fue en los años previos a la Dictadura la delegada en Guadalajara, con su nuera Ángela Sastre de Martínez, del Patronato Real para la represión de la trata de blancas, que había sido creado mediante un Real decreto del 11 de Julio de 1902 y que se había reorganizado en 1917; a él pertenecían las damas de la más rancia aristocracia bajo la presidencia de la Infanta Isabel de Borbón, conocida popularmente como La Chata.
También formó parte del primer grupo de Damas Enfermeras de la Cruz Roja Española, un cuerpo fundado por la Reina Victoria Eugenia que, en palabras del doctor Fernando Calatraveño, “es sencillamente la señora que llevada de hidalgos sentimientos patrióticos y de generosos impulsos caritativos, sin abandonar por completo su vida ordinaria social y sus deberes de esposa, madre, hija o hermana, dedica, transitoria y accidentalmente, horas y aún días tal vez, al voluntario y desinteresado auxilio y consuelo de sus semejantes”. Su reglamento fue aprobado por Real Orden de 18 de mayo de 1917 con arreglo al artículo 4º del Real Decreto de 28 de febrero, e inmediatamente se abrió la inscripción para matricularse en el primer curso y posterior examen que debían aprobar todas las aspirantes. En el mes de junio de 1917 se realizaron los primeros exámenes, que en Madrid fueron aprobados por 132 mujeres que fueron las pioneras de este Cuerpo sanitario, la mayoría aristocráticas y damas de la alta sociedad que querían demostrar así su apoyo a la reina en esta iniciativa; y entre este grupo de mujeres se encontraba Elena Sánchez de Arrojo, a pesar de que ya cumplía sesenta años. Mujer con ideas y empuje, se mantuvo activa en la Cruz Roja de Guadalajara, de cuya sección de Damas fue vicepresidenta.
Asimismo, presidió una junta de mujeres de Guadalajara constituida para allegar fondos con el objetivo de abrir un hospital en el arriacense Paseo de las Cruces. La citada junta femenina llegó a organizar algún festival para cumplir sus objetivos y al celebrado en el Teatro Principal en abril de 1920 asistió la infanta Isabel de Borbón, tan relacionada con su presidenta. También perteneció a la Junta del Hospital de la Princesa de Madrid.
En general, se la encontraba en infinidad de sociedades y actos caritativos, como en la entrega de 400 cartillas de ahorros a otros tantos escolares de la ciudad arriacense, una iniciativa de la sociedad La Mutualidad Infantil, que animaba en Guadalajara su hijo, el capitán Víctor Martínez, y del Instituto Nacional de Previsión, o al frente de la Asociación del Rosario Perpetuo, o sentada en la Junta Directiva de la asociación La visita del soldado, fundada con motivo de la Guerra de Marruecos y que presidía la duquesa del Infantado.
Pero toda su actividad social y caritativa destilaba un rancio paternalismo burgués que rehuía el análisis de las causas de la pobreza y se limitaba a intentar taponar la herida que provocaba la profunda miseria de las clases populares. Ella misma nos ofrece su punto de vista en el siguiente texto: “¡Qué edificante y conmovedor lo que aquí observo! Ya es un grupo de señoritas enseñando labores a jóvenes obreras, fortificándolas en su dolorosa lucha por la vida, ya otras instruyendo a los obreros para apartarles de sus más mortales enemigos, aquellos que les arrastran a la abyección y la miseria, el alcoholismo y la blasfemia, otro grupo cosiendo para los pobrecitos, otro llevando a sus frías viviendas calor de caridad, auxilio y consuelo, otros uniéndose para cantar alabanzas a Dios en sus iglesias”.
Su obra escrita
Mujer polifacética, la obra escrita y publicada de Elena Sánchez de Arrojo se inscribe en muy distintos campos. En un principio se decidió por la prosa literaria, y los cuentos Hágase tu voluntad y Un ingrato a la ciencia fueron editados en un volumen conjunto en el taller tipográfico del Colegio de Huérfanos de Guerra de Guadalajara en el año 1906.
Después se orientó hacia el teatro, y así el 1 de diciembre de 1913 se celebró en el teatro Infanta Isabel de Madrid una gala benéfica organizada por Roma, el periódico de la rama femenina de Acción Católica, y en el curso de la misma se representó “una conferencia humorística sobre El hombre, original de Dª Elena Sánchez de Arrojo”, según rezaba la crónica que apareció en La Época al día siguiente.
En 1915, y en la imprenta de Cleto Vallinas, se publicó El padre Mabuti, una novela de casi un centenar de páginas con prólogo del padre Albino Menéndez Reigada y que fue la más famosa de sus creaciones literarias. Al año siguiente se dieron a conocer otras dos obras de teatro: Alma máter, una comedia en tres actos y en prosa impresa en el establecimiento tipográfico de Vicente Pedromingo de Guadalajara, y Juan Crisóstomo... ¡mártir!, un sainete en un acto y dos cuadros que salió de la imprenta del Colegio de Huérfanos de Guerra alcarreño. Curiosamente, Alma máter fue presentada por su autora veinte años después al concurso organizado por la sociedad madrileña Los amigos del teatro, que establecía en sus bases que las obras debían ser inéditas y ser presentadas bajo seudónimo; esta comedia, aunque había sido publicada veinte años atrás, resultó la ganadora junto a En el jardín de un templo chino, de Agustín Organero, en el apartado lírico. La sociedad preparaba la representación de la obra en el mes de febrero de 1936, aunque seguramente la Guerra Civil impidió su reestreno. En 1920 se representó en el Teatro Principal de Guadalajara, con motivo de una gala benéfica, un sainete titulado La llave de la gloria. Era el suyo, como puede deducirse de sus títulos y de su biografía particular, un teatro de ideas, incluso de combate, y una herramienta de propaganda, siempre católica, quizás por eso la mayoría de sus obras solo fueron representadas por grupos aficionados con ocasión de galas benéficas católicas o actos de propaganda.
Sin embargo, a raíz de inscribirse como Dama de la Cruz Roja, pasó a dedicar su tiempo principalmente a la elaboración de libros de formación y divulgación sanitaria. El primero fue El consultor de la dama enfermera, un grueso volumen que fue libro de texto oficial para las Escuelas de Enfermería en 1918. Tuvo dos ediciones; la primera salió ese mismo años de la imprenta de Vicente Pedromingo, bajo la marca comercial de Sucesores de Antero Concha, con 282 páginas; la segunda edición, con cuarenta páginas más, salió en 1920 del taller tipográfico del Colegio de Huérfanos de Guerra de Guadalajara. La obra tenía un prólogo del doctor Fernando Calatraveño y estaba dedicada a la reina.
Años después publicó Algo de puericultura, un librito de 60 páginas con prólogo del médico Juan Antonio Alonso Muñoyerro que fue impreso por Vicente Pedromingo en su taller tipográfico de Guadalajara en 1926. Por su utilidad, contó con un informe favorable emitido por el Consejo Superior de Protección a la Infancia.
Sabemos que también cultivó la poesía, y hasta llegó a presentarse al Certamen en honor de Ntra. Sra. de la Arrixaca, antigua Patrona de Murcia, que convocó la Pontificia y Real Academia Mariana de Lérida en diciembre de 1944, pero no debió de estar muy inspirada en esta ocasión pues el premio al que concursó quedó desierto y sólo se le entregó una mención. Otros poemas suyos fueron publicados en varias ocasiones en la prensa provincial y nacional; de la revista humorística Algo, de Barcelona, copiamos el siguiente epigrama: “La mujer, cuando se casa, / es como la lavativa: / si es buena, sirve de ayuda, / y si es mala..., te jeringa”. O bien fueron leídos con motivo de distintos actos, como la poesía que se leyó durante la visita pastoral del cardenal de Toledo Enrique Reig a Guadalajara en la velada literaria organizada por el Sindicato Obrero Femenino.
También escribió durante su estancia en Guadalajara diversas colaboraciones en prensa, destacando en la de la provincia sus artículos en La Palanca, pero también los encontramos en otras cabeceras como Flores y Abejas.
JUAN PABLO CALERO DELSO

jueves, 23 de enero de 2014

MARIANO DELGRÁS RIVAS

DELGRÁS RIVAS, Mariano
[Escamilla, 1797 / Madrid, 14 de mayo de 1855]

Mariano Delgrás Rivas nació en 1797 en Escamilla, un pueblo al sur de la provincia de Guadalajara en la comarca de la Baja Alcarria, y falleció en Madrid el 14 de mayo de 1855. Aunque no conocemos muchos datos de su vida personal, sabemos que estuvo casado y que tuvo, al menos, dos hijos. Su hija contrajo matrimonio con el también médico Serapio Escolar, que colaboró con él en alguno de sus proyectos asociativos y editoriales, y su hijo Leopoldo contrajo matrimonio con Carmen Escudero, con la que tuvieron un hijo, Virgilio Delgrás Escudero, que murió en Guadalajara el 18 de agosto de 1866 con tan solo dos años de edad. Su sobrino Antonio Delgrás y Rezano, que quedó huérfano a corta edad, fue un destacado pedagogo y calígrafo que le dedicó en 1848 uno de sus primeros libros: Caligrafía popular.
En 1818 comenzó sus estudios de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, pasando al Hospital General de Madrid para realizar sus prácticas. Al completar su formación, fue nombrado médico del Hospital de los Irlandeses, en la madrileña calle de Tabernillas y desde 1828 fue profesor en la Facultad de Medicina de Madrid. Perteneció a la Real Academia de Medicina, que estuvo temporalmente clausurada a partir de 1824 como consecuencia de la restauración absolutista y que sólo se reabrió en 1836, y a Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la que fue uno de los primeros académicos después de su fundación, por medio de un Real Decreto, el 25 de junio de 1847.
Por su reconocida competencia médica, en distintas ocasiones prestó relevantes servicios al Estado. En 1835 fue elegido para formar parte de la Comisión que la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón organizó para establecer las bases definitivas de la Escuela de Veterinaria y en los años de la Regencia del general Baldomero Espartero perteneció a la Junta Suprema de Sanidad.
En 1840 fue llamado al Palacio Real para dictaminar la conveniencia de que la reina Isabel II tomase baños de aguas medicinales para aliviar la enfermedad de la piel que la monarca padecía por entonces, siendo condecorado por sus atinados consejos con la cruz de comendador de la Orden de Isabel la Católica con fecha de 7 de marzo de 1842. Según la profesora Isabel Burdiel, con esta solicitud para que se recomendase que la reina tomase las aguas termales buscaba su madre, la regente María Cristina de Borbón, una excusa para poder acercarse a Barcelona y tratar personalmente con el general Baldomero Espartero la delicada situación política del reino, una crisis que acabó con su salida del país y el cambio de Regencia.
El ejercicio de la medicina no le impidió implicarse en la vida social, como lo demuestra su nombramiento como vocal de la Comisión de Beneficencia de Madrid o su designación en 1854 como conservador del Museo de Ciencias Naturales de la capital. Además, en 1835 pertenecía a la Milicia Nacional madrileña y dos años después le encontramos en la lista de socios del Ateneo Literario, Científico y Artístico de Madrid.

Promotor del asociacionismo sanitario
Pero, sobre todo, Mariano Delgrás destacó por su afán divulgador. Con los doctores Manuel Codorníu y Manuel Ortiz Traspeña fundó el Boletín de Medicina, cirugía y farmacia, que el 5 de junio de 1834 sacó su primer número, por lo que es considerado el promotor de la primera revista sanitaria que se publicó en España, y de la que muy pronto quedo como único responsable. En 1853 el grupo editor del Boletín se unió a la redacción de la Gaceta Médica para publicar El Siglo Médico, una de las revistas más importantes y longevas de la abundante prensa sanitaria de la España del siglo XIX. Su actividad en este campo de las publicaciones científicas en nuestro país fue fundamental y así le fue reconocida.
Al calor del citado Boletín se creó la “Biblioteca escogida de medicina y cirugía”, otra meritoria iniciativa de Mariano Delgrás Rivas que, para satisfacer las necesidades materiales del Boletín y de la Biblioteca, adquirió una imprenta, instalada en el número 15 de la calle Amor de Dios de Madrid, que con la razón social de Imprenta del Boletín de Medicina, cirugía y farmacia editó algunos libros científicos de diversos autores.
Fue autor de numerosos artículos y monografías sobre diferentes materias sanitarias y, además, tradujo al castellano alguna afamada obra de autores extranjeros. De su producción escrita podemos reseñar su Memoria sobre el agua mineral de Solares en la provincia de Santander, editada en 1828, o su traducción, junto con Diego de Argumosa, de los Nuevos elementos de patología médico-quirúrgica de los doctores Louis-Charles Roche y L. J. Sanson, que se publicó en 1828 y que en 1836 ya había conocido tres ediciones.
También merece resaltarse su labor para organizar a los profesionales sanitarios y mejorar sus condiciones de vida y de trabajo. Fue fundador y primer vicepresidente de la Sociedad Médica General de Socorros Mutuos, una asociación mutual nacida a raíz de la libertad de asociación profesional decretada en 1839, que tuvo al Boletín de Medicina, cirugía y farmacia como órgano oficial desde 1841; en 1852 publicó sus Estatutos que fueron impresos en su ya citado establecimiento tipográfico. Más adelante, presidió la Confederación Médica Española que, en el año 1848, agrupaba a 7.000 médicos, y al fallecer era presidente de la sociedad La Emancipación Médica. Y a través de los Institutos de Medicina de Madrid y de Valencia,que le nombró como su delegado en el Instituto Médico General de España y sus Islas adyacentes, procuró reorganizar y dignificar el trabajo de los médicos rurales.

Su actividad parlamentaria
Fuertemente identificado con los valores del liberalismo progresista, y atendiendo a su fama y prestigio, se presentó como candidato a las elecciones legislativas del verano de 1839 dentro de una candidatura progresista, obteniendo un resultado digno pero insuficiente para ser elegido diputado a Cortes. El balance de los cinco días de votación en los diez y ocho colegios electorales de que se componía la provincia alcarreña fueron los siguientes: José Muñoz Maldonado, 1.391votos; Ambrosio Tomás Lillo, 1.169; Joaquín Verdugo Lizáur, 1.078; el general La Hera, 1.075; Lucas García, 1.078; Francisco Romo Gamboa, 770; Mariano Delgrás, 758; Manuel Hidalgo Calvo, 743; y aún hubo otros candidatos que cosecharon menor número de papeletas. En esa primera vuelta sólo ganó el escaño José Muñoz Maldonado.
Este fracaso electoral no se debía a que por su ausencia de la provincia se le pudiese acusar de ser un candidato cunero pues, aunque no residía en Guadalajara, mantenía una frecuente relación con su tierra natal, como lo demuestra que en el mes de septiembre de 1840 fuese nombrado delegado de la provincia alcarreña en la Junta Suprema Central que devolvió el poder a los progresistas y llevó hasta la Regencia al general Baldomero Espartero.
En los comicios celebrados del 27 de febrero de 1843 formó candidatura progresista por el distrito alcarreño junto con Narciso Riaza y Vicente Peiró, una terna que contaba con el apoyo de la Diputación Provincial. A pesar de ambas circunstancias, cuando el 10 de marzo se reunió la Junta de escrutinio se comprobó que ninguno de los candidatos había obtenido mayoría absoluta; de los más de 5.000 electores censados sólo 3.319 habían ejercido su derecho a sufragio y ninguno de los candidatos obtuvo al menos la mitad de los votos emitidos, condición necesaria para ser proclamado diputado. La división de los progresistas, enfrentados por la política del Regente Baldomero Espartero, al que algunos apoyaban y contra el que otros conspiraban activamente, explica este insuficiente resultado electoral. En la segunda vuelta el número de votos se incrementó hasta los 3.957 y, en esta ocasión, Mariano Delgrás obtuvo la confianza de 2.237 ciudadanos, lo que le permitió ocupar su escaño en Cortes el día 26 de abril.
Decidido a participar en la vida parlamentaria, se integró en la Sección Segunda del Congreso de los Diputados y dio un único discurso de contestación al de la Corona. Sin embargo, el 20 de mayo de 1843 el general Baldomero Espartero disolvió las Cortes y puso fin a la legislatura, de tal manera que Mariano Delgrás Rivas sólo fue diputado durante un mes. No volvió a participar en la vida parlamentaria.
JUAN PABLO CALERO DELSO

lunes, 20 de enero de 2014

LUIS CORDAVIAS PASCUAL

CORDAVIAS PASCUAL, Luis
[Guadalajara, 1873 / Madrid, 6 de diciembre de 1946]

Luis Cordavias Pascual nació en la ciudad de Guadalajara en 1873 y murió en Madrid el 6 de diciembre de 1946, aunque fue enterrado en el cementerio de la capital alcarreña el día 9 de ese mismo mes y año. Era hijo de Mariano Cordavias Corrales, que falleció en la capital alcarreña el 22 de agosto de 1909, y de Luisa Pascual Cabellos, que lo hizo el 10 de enero de 1897. Tuvo un hermano, Emiliano que era el mayor, y tres hermanas: Francisca, Purificación y Julia, que murió el 16 de agosto de 1871 a los 8 meses de nacer.
Sus abuelos paternos eran Anastasio Cordavias, fallecido el 29 de marzo de 1864 a los 60 años de edad, y Clotilde Corrales. Tanto su tío Vicente como su abuelo Anastasio fueron carteros. Su padre fue cajista de la Imprenta Provincial, antes de emplearse también como cartero, y su tío Emilio fue oficial administrativo de la Administración de Contribuciones de Guadalajara; todos fueron decisivos en su biografía profesional.
Contrajo matrimonio con Ascensión Sorrosal en el mes de octubre de 1899, y tuvieron dos hijos: Luis, que siguió la carrera de las armas y murió durante los primeros días de la Guerra Civil en cuyo levantamiento militar participó muy activamente, y Julio, que siguió la carrera periodística y política de su padre. Aunque en su familia todos fueron funcionarios, también fue propietario de algunas fincas rústicas, de las que hemos localizado una en El Casar.
Asistió a las escuelas de párvulos de don Sabino Díaz, después a la de Lorenzo García y, finalmente, a la de Juan José Martín en la calle Montemar, muy cercana al domicilio familiar de la calle de Bardales. Con sólo 14 años entró a trabajar como aprendiz en la Imprenta Provincial de Guadalajara. Allí conoció a Julián Fernández Alonso, a Enrique Burgos, a Alfonso Martín Manzano y al resto del pequeño grupo de tipógrafos socialistas que en 1879 habían participado con Pablo Iglesias en la fundación del PSOE. Cuando en 1885 su padre y su tío Mariano ingresaron como carteros en la oficina de Correos de Guadalajara, fueron los encargados de distribuir sin franqueo el Boletín que este núcleo marxista sacaba sin coste en la Imprenta de la Diputación, apenas medio centenar de ejemplares, y de mantener contacto más frecuente con los compañeros de Madrid.

Su actividad periodística
Durante su paso por la Imprenta Provincial le entró, como a tantos trabajadores de artes gráficas de su tiempo, la afición por la escritura en general y por el periodismo en particular. El primer texto que publicó vio la luz en 1888 en El Camarada, un periódico infantil de Barcelona, y era un relato breve ambientado en la guerra carlista que había terminado doce años antes; aunque esporádicamente, siguió colaborando con esta cabecera hasta 1891. Al año siguiente pasó a escribir en La Ilustración Ibérica, una revista ilustrada de Barcelona que hasta 1894 publicó en varias ocasiones relatos y poemas suyos, y en El Resumen de Madrid.
Además, en la Imprenta Provincial alcarreña se formó un grupo de amigos con inquietudes políticas y literarias, entre los que se encontraban Alfonso Martín Manzano, Enrique Burgos Boldova y Juan Manuel de la Rica Albo, también empleados en ese establecimiento tipográfico, su hermano Emiliano, Ramón Ruiz Moreno, Nicolás Aquino, Raimundo Lamparero, Manuel López de los Santos y Francisco Alcañiz. Por iniciativa de todos ellos, el 1 de marzo de 1891 salió a la calle el periódico Miel de la Alcarria, que sólo pudo publicar seis números en la Tipografía Provincial como consecuencia de un estilo que, a imitación de Madrid Cómico, se consideraba poco respetuoso en el versallesco panorama periodístico provincial y de las caricaturas de personajes locales que dibujaba Juan Manuel de la Rica.
Naufragado este primer intento, el 2 de septiembre de 1894 veía la luz el primer número de un nuevo proyecto periodístico: Flores y Abejas. Nacía de la voluntad de cuatro amigos: Luis Cordavias Pascual y Alfonso Martín Manzano, escarmentados de la experiencia de ¡Miel de la Alcarria!, Marcelino Villanueva Deprit y Federico López González, que fue su primer director; además, se imprimía en La Liberty, el establecimiento tipográfico de Enrique Burgos, y su administrador era Quintín de la Sen, funcionario administrativo del taller tipográfico de la Diputación.
Todavía vagamente Identificados por entonces con el socialismo, como muestra el propio nombre de la publicación que hacía referencia a la laboriosidad de las abejas obreras, muy pronto se acercaron al republicanismo. Por entonces Luis Cordavias y Alfonso Martín, que se mantuvieron al frente del periódico después de la marcha de los otros dos socios fundadores, buscaron apoyo en el magisterio de Miguel Mayoral Medina, un respetado médico alcarreño que había sido alcalde de la ciudad y que lideraba aquel sector del republicanismo burgués que en esos años se estaba incorporando al liberalismo dinástico. Fue la personalidad del doctor Mayoral la que fijó las señas de identidad del nuevo semanario, hasta el punto de que años después la cabecera de Flores y Abejas afirmaba que el periódico había sido fundado por él, lo que desmienten los primeros números de la publicación.
En su primera etapa, que se cerró en 1901 cuando Alfonso Martín Manzano se hizo con la dirección, el semanario siguió la evolución del grupo promotor: del socialismo al republicanismo, para pasar a la izquierda del régimen y terminar, como tantas cosas en Guadalajara, en la órbita del conde de Romanones. Eso sí, sin perder en ningún momento el carácter festivo e intrascendente que siempre distinguió a esta publicación, y que ya se encontraba en el malogrado ¡Miel de la Alcarria!, pero ahora desprovisto de las aristas más críticas que tuvo esta revista.
En 1912 fue Luis Cordavias quien recogió el testigo de la dirección del semanario y lo pilotó hasta su desaparición en julio de 1936. Para entonces, ya era un escritor sobradamente conocido que firmaba casi desde los primeros números una sección muy popular, “Floreos y aguijonazos”. De su mano, Flores y Abejas se mantuvo como una publicación de referencia en la prensa provincial y en la más longeva de las cabeceras alcarreñas en un entorno periodístico muy cambiante. Fue por entonces cuando entró a formar parte de la Junta Directiva Asociación de la Prensa de Guadalajara, para la que fue reelegido en repetidas ocasiones, aunque la actividad periodística también le deparó algunos sinsabores, como cuando discutió en plena calle, hasta llegar a las manos, con el concejal Diego de Bartolomé Boiteberg.
Pero Flores y Abejas no fue la única publicación que recibió sus artículos. Antes ya escribía frecuentemente en El Atalaya de Guadalajara, y después siguió colaborando con numerosas publicaciones de la provincia, como La Región, un periódico conservador de Guadalajara, La Torre de Aragón del Señorío de Molina o La Alcarria Ilustrada de Jadraque y Brihuega. Además, desde finales del siglo XIX fue corresponsal en tierras alcarreñas de algunos de los más prestigiosos diarios de Madrid, como El Liberal, El Imparcial, Heraldo de Madrid y ABC. También aceptaron algunos de sus cuentos en la revista Blanco y Negro.
En 1896 estuvo a punto de marchar a Madrid como periodista para el rotativo El Globo, un periódico republicano posibilista que compró el conde de Romanones, pero el traslado se frustró, el puesto fue para otro y Cordavias permaneció en Guadalajara, quejándose amargamente de que “era uno de los procedimientos políticos más puestos en práctica por don Álvaro: conseguir adeptos procedentes del campo enemigo a trueque de postergar a los amigos más fieles y de más confianza”. En 1906 fue José Ortega Munilla quien le ofreció pasar a la redacción de El Imparcial en Madrid, pero en esta ocasión fue él quien rechazó la invitación.
El pronunciamiento militar que desató la Guerra Civil puso forzado punto final a Flores y Abejas que, alejado de su identidad original, se había alineado abiertamente frente a la República. La activa implicación en la conjura militar de Luis Cordavias Sorrosal, hijo del director del semanario, y su muerte como consecuencia de su participación en los combates en la ciudad arriacense, hicieron imposible la continuidad del periódico que publicó su último número el día 20 de julio de 1936.
El 22 de julio de 1958 volvió a salir a las calles Flores y Abejas, con una voluntad manifiesta de continuidad que se reafirmaba con la numeración del primer ejemplar de esta Segunda Época: el 2.182. Julio Cordavias Sorrosal, hijo de su último director, formaba parte de su redacción, aunque la dirección recayó en Félix Martialay por exigencias legales. El 12 de septiembre de 1990 cambió su cabecera por El Decano y, casi un siglo después, terminaba aquella aventura juvenil de Alfonso Martín Manzano y Luis Cordavias Pascual.

Su actividad profesional
Ya hemos señalado que su primer trabajo fue el de aprendiz en la Imprenta Provincial que dependía de la Diputación de Guadalajara. Sin embargo, no transcurrió su vida laboral por los caminos de las artes gráficas, como les sucedió a sus amigos de ese establecimiento tipográfico. Como señalaba su amigo Alfonso Martín Manzano: “dejando el componedor, se hizo enseguida empleado”.
En diciembre de 1897, con motivo de la vuelta al gobierno de los liberales, entre los que el conde de Romanones ya brillaba con luz propia, él y su hermano Emilio fueron nombrados empleados, con el grado de Auxiliar de primera clase, en la Delegación de Hacienda de Guadalajara. A nadie extrañaba en la España finisecular que se accediese a la función pública sin más mérito que el “enchufe” de algún prohombre del partido gobernante, y menos si su tío Emilio estaba empleado en el mismo organismo y su padre había estado destinado muchos años en la delegación en Soria de ese mismo ministerio.
Desde ese momento, Luis Cordavias Pascual se convirtió en funcionario del Estado y comenzó una carrera administrativa no muy brillante, pues hasta 1901 no fue ascendido a oficial de quinta clase de la Intervención de Hacienda de Guadalajara, que se tradujo en penurias económicas que muchas veces denunciaba, siempre sin aspereza, en sus artículos periodísticos. Cuando durante el primer tercio del siglo XX se desarrolló un movimiento asociativo de los funcionarios, que tuvo en los cuerpos de Telégrafos y Hacienda a sus segmentos más activos, Luis Cordavias asistió a distintas reuniones y asambleas, aunque nunca se destacó en las distintas organizaciones corporativas y sindicales que se acogieron a los funcionarios más reivindicativos.
En las primeras semanas de la Guerra Civil se decretó la separación del servicio de algunos funcionarios que se habían opuesto públicamente a la República; entre ellos estaba Luis Cordavias, que después de casi cuarenta años de servicio había ascendido a Jefe de Negociado de Primera Clase, al que se declaró cesante y que fue desterrado a Pastrana durante todo el conflicto bélico. Concluida la guerra, y a pesar de sus estrechos lazos con el nuevo régimen franquista, fue readmitido como funcionario pero no recuperó su puesto en Guadalajara y fue destinado a Madrid, donde se jubiló el 12 de enero de 1943 al cumplir los setenta años de edad.

Su actividad cultural
Tuvo un protagonismo muy destacado en la vida social de Guadalajara, emprendiendo o colaborando con muchas iniciativas y aunque sería muy difícil enumerar todas ellas, podemos destacar algunas que nos parecen más significativas. Desde muy joven fue gran aficionado al teatro, como la mayoría de componentes del núcleo socialista inicial y sus familias; no es de extrañar, por lo tanto, que en 1890 figurase como actor aficionado en el Liceo Artístico, junto con sus hermanas. En su madurez, fue delegado provincial de la Asociación de Escritores y Artistas.
Perteneció durante muchos años a la Comisión Provincial de Monumentos, que, aunque no fue muy activa no dejaba de estar animada por los mejores sentimientos en la defensa del patrimonio de la provincia alcarreña. Las instituciones del Estado le prestaron tan poco aliento que, tras varios fallecimientos, en 1928 la Comisión había quedado reducida a un sólo miembro: Luis Cordavias. Sus desvelos fueron debidamente reconocidos, pues en 1922 fue elegido académico correspondiente de la de Bellas Artes de San Fernando, ingresando con un discurso sobre “El monasterio de Lupiana”. También fue admitido en la Academia de Ciencias Históricas y Bellas Artes de Toledo.
En 1902 formó en la Junta establecida por los Ayuntamientos de Guadalajara y Alcalá de Henares para ampliar el Canal del Henares, imprescindible para el desarrollo agrícola de la comarca, y ese mismo año se integró en la Junta local encargada de ayudar a que se erigiese un monumento nacional a Emilio Castelar. Además, fue socio de la Sociedad Española de Excursiones y uno de los promotores de sociedad Amigos de la Música, a la que algunos llamaban “Amigos del sopor” por su afición a las obras clásicas, de las que se ofrecían regularmente conciertos en el Casino.
Cultivo otras aficiones, algunas sorprendentes; durante años perteneció a la Junta Directiva provincial del Tiro Nacional, una asociación que fomentaba la práctica del tiro deportivo con armas de fuego y que en Guadalajara tenía muchos seguidores, incluso en las clases populares; y entre 1905 y 1915 fue reelegido en varias ocasiones para ocupar distintos cargos directivos. En 1918 formó parte de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio provincial y simultaneó esta actividad con la promoción de la Cruz Roja en Guadalajara, que tuvo un arranque muy difícil. En 1909 el médico Ángel Campos se había quedado solo como delegado provincial, y animó a otros convecinos a formar una Junta, en la que Luis Cordavias ocupaba el cargo de Secretario.
En 1895 se hizo socio del Ateneo Escolar Caracense y fue asiduo del Casino de Guadalajara, a cuya Junta Directiva perteneció en varias ocasiones, acabada la Guerra Civil presidió una comisión de antiguos socios que convocó a los miembros supervivientes de la entidad a una asamblea que se celebró el 29 de julio de 1939 con el objetivo de reconstruir la sociedad y dotarla de una nueva sede social, ante la completa destrucción de la que tenían. Poco después, la comisión gestora se convirtió en Junta Directiva, pasando Luis Cordavias a ocupar la vicepresidencia, y se adquirió la casa contigua al derruido edificio del antiguo Casino para levantar unas nuevas instalaciones, como así se hizo.

Sus últimos años
A partir del 1 de abril de 1939, con la ocupación por las tropas franquistas de todo el territorio nacional, la vida y personalidad de Luis Cordavias sufrieron un cambio muy notable. El cierre de Flores y Abejas, que no pudo volver a editarse ante la escasez de recursos económicos y materiales y la competencia desleal de Nueva Alcarria, redujo notablemente su actividad periodística. Pero, aunque fuese con menos frecuencia, mientras vivió no escasearon sus artículos en las páginas de Nueva Alcarria. Pero el escritor superficial, divertido y de versificación sencilla dejó paso a un hombre resentido que publicaba artículos llenos de rencor y deseos de venganza que invitaban a la delación y a la feroz persecución de sus enemigos políticos.
Perdido el culto a la verdad, llegó a acusar a los “rojos” de la destrucción del Palacio del Infantado que fue resultado de un bombardeo de la aviación franquista de la que tuvo conocimiento directo, sus textos están impregnados de esa intolerancia ideológica que siempre intentó que no tuviese eco en Flores y Abejas. Sólo en algunas ocasiones se publicaron algunos artículos en los que recordaba su niñez y nos hablaba de la Guadalajara de mediados del siglo XIX, destacando el que publicó relatando la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 en la ciudad arriacense.
El 6 de diciembre de 1946, mientras se encontraba de visita en Madrid, se sintió repentinamente indispuesto en la habitación de la pensión en la que se alojaba y falleció. Trasladado su cadáver a Guadalajara, el día 9 de diciembre fue enterrado en el Cementerio de la capital alcarreña, en la que siempre había vivido. No faltaron los homenajes y necrológicas laudatorias en las páginas de la prensa provincial.
El 23 de marzo de 1949 el pleno municipal de Guadalajara aprobó una propuesta, avalada por un informe del Cronista Provincial Francisco Layna Serrano, para bautizar con nuevos nombres a doce calles de la ciudad, y una de las sancionadas fue la de “Periodista Luis Cordavias”, nombre que lleva desde entonces una de las vías del centro de la capital.

Sus publicaciones
Además de los incontables artículos que escribió a lo largo de más de medio siglo, también dio a la imprenta un puñado de libros de temática muy variada. En 1893 publicó, en colaboración con Alfonso Martín, una galería de retratos de personajes coetáneos de Guadalajara que llevaba por título Retratos al vuelo y que se editó en la Imprenta Provincial; la obra mereció breves reseñas en la prensa madrileña: Madrid Cómico, La Gran Vía... De esos años es también el librito ¡No nos ha visto Dios!, un pequeño poema “versificado con corrección y soltura” según los críticos de su tiempo.
Fue también autor de un libro de cuentos, De mi pluma, de otros textos breves y de carácter cómico como Rosas y estrellas, Los aprensivos y ¡Seis novios en una tarde!, y de una revista escrita con Alfonso Martín Manzano, Guadalajara cómica, que se representó a beneficio del Ateneo Obrero. Otros libros suyos fueron La jota. Elogio en verso, del año 1912, Pisto alcarreño, una comedia que organizada por la Doctrina Cristiana se representó en Guadalajara “en beneficio de los niños menesterosos”, o La reina de los mayos, una zarzuela en un acto y tres cuadros escrita en colaboración con Alfonso Martín Manzano y Antonio Velasco, redactor de Flores y Abejas.
De mucho más interés son sus obras de investigación y divulgación histórica como La monja de las llagas. Vida de Sor Patrocinio, cuya primera edición salió de imprenta en 1917, El monasterio de Lupiana. Antecedentes para su historia, de 1922, El Cardenal Cisneros, editado en 1927, y la Guía arqueológica y de turismo de la provincia de Guadalajara, escrita con Julián García Sainz de Baranda en 1929.
También colaboró en la obra colectiva El erudito español D. Manuel Serrano y Sanz (1866-1932), dirigida por Francisco Layna Serrano y dedicada a ese notable historiador y Cronista Provincial de Guadalajara que se editó en Madrid en 1935. En 1905 escribió una “coletilla” para Plumas alcarreñas, una obra de su amigo Alfonso Martín Manzano, y en 1929 redactó el prólogo para el libro Un viaje a Oriente de Isidro Taberné.
JUAN PABLO CALERO DELSO

Un postre con ripios, en el blog de La Alcarria Obrera :
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