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sábado, 24 de marzo de 2018

ANSELMO ANTONIO FERNÁNDEZ

FERNÁNDEZ, Anselmo Antonio
[Usanos - ]

No conocemos muchos datos de la vida privada de Anselmo Antonio Fernández; parece ser que nació en Usanos, una pequeña localidad muy próxima a la ciudad de Guadalajara, y que debió de venir al mundo en la década de 1760. Sabemos que realizó estudios eclesiásticos en la diócesis de Toledo, alcanzando el grado de Doctor en Teología, y que en la época en la que fue diputado por la circunscripción alcarreña era cura párroco de su pueblo natal y que volvió a serlo al concluir su periplo parlamentario.
En los años en los que regentaba su iglesia parroquial, contaba el pueblo de Usanos con unos doscientos vecinos, en su mayor parte agricultores y ganaderos, según explicaba el propio Anselmo Antonio Fernández en un informe que redactó el 26 de octubre de 1822, poco después de cesar en su actividad parlamentaria, y que estaba destinado al entonces Arzobispo de Toledo, Luis María de Borbón y Vallabriga. Alegaba que el trabajo de atender la parroquia era excesivo para él y que en los periodos litúrgicos más intensos y en las fechas más señaladas debía recibir ayuda de un sacerdote auxiliar.
Se quejaba de que no disponía de otros recursos que los que le ofrecía la parroquia de Usanos, que poseía algunas casas y tierras valoradas en 42.550 reales y, aunque no acumulaba censos agregados, disfrutaba de algunos predios por los que percibía nueve fanegas de trigo anuales y por los que satisfacía una contribución territorial anual de 56 reales y 4 maravedís, además de cumplir la obligación de decir unas misas cantadas y rezadas en sufragio de los donantes. Pero lo cierto es que los beneficios de la parroquia no eran escasos. Obtenía rentas de copias, de primicias y de privativos, por un valor total de 214 fanegas de trigo, 87 fanegas de cebada, 40 fanegas de centeno y 4 fanegas de avena, además de seis celemines de garbanzos, 30 reales de leche y 1.800 reales en metálico.
Del período anterior a su etapa como parlamentario, sólo tenemos noticia que en 1796 se abrió un proceso de fe por el Tribunal de la Inquisición de Toledo contra un grupo de clérigos, entre los que se encontraba Anselmo Antonio Fernández, como consecuencia de haber delatado a Fray Diego Cano, carmelita descalzo del convento del Carmen de Toledo, por posesión de libros prohibidos.

Elección y actividad parlamentaria
Anselmo Antonio Fernández fue elegido diputado en las primeras elecciones celebradas en el Trienio Liberal, según la Constitución de Cádiz que, tras el éxito del pronunciamiento de Rafael del Riego, fue puesta de nuevo en vigor. Los comicios se celebraron en el mes de junio de 1820, una vez consolidado el régimen constitucional, con un sistema electoral indirecto y contaron con la participación de muchos de los diputados que habían ocupado un escaño en las Cortes de Cádiz. No fue el caso de la circunscripción de Guadalajara, donde los dos parlamentarios electos eran ajenos a la cámara anterior.
Sí es muy significativo que en esta ocasión dos de los tres diputados elegidos, como titulares y suplente, fuesen clérigos: el citado sacerdote Anselmo Antonio Fernández y el canónigo Vicente García Galiano, una circunstancia que ya se había producido en 1810, con los religiosos Andrés Esteban Gómez y José de Roa y Fabián, y que se repetiría en 1822 con el presbítero Miguel de de Atienza Gutiérrez. En todo caso, esta sobrerrepresentación se debía al alto porcentaje de clérigos que tenía la ciudad de Guadalajara, que en esos años superaban el centenar.
Para esta primera legislatura, Anselmo Antonio Fernández sólo fue elegido diputado suplente, pero la temprana muerte del congresista electo Ramón Mariano Martínez le permitió ocupar su escaño en el Congreso. Presentó sus poderes el 14 de noviembre de 1820, que fueron aceptados sin objeciones por la comisión correspondiente, y juró su cargo el 25 de febrero del año siguiente, cesando en sus funciones parlamentarias el día 14 de febrero de 1822. Perteneció a las Comisiones de etiqueta para informar a Fernando VII de la solemne apertura de las Cortes y a la encargada de llevar al monarca la respuesta del Congreso de los Diputados a su discurso de apertura de las sesiones parlamentarias. Su participación en estas comisiones, tan estrechamente relacionadas con el monarca, se debería seguramente a que había sido predicador de Su Majestad.
Como no podía ser de otra manera, fue un diputado especialmente activo y preocupado por los asuntos eclesiásticos; así intervino con motivo del dictamen sobre el Obispo de Tarazona, que era por entonces Jerónimo Castellón Salas, sobre el repartimiento del medio diezmo y primicia y, por último, sobre la beneficencia. No rehuyó, sin embargo, asuntos de alto interés político, interviniendo en los debates sobre la Hacienda pública, el Código Penal, el reglamento interno de las Cortes o la ley de caza.
Quizás su participación más destacada sea la que le llevó a mediar en el debate sobre la división administrativa del territorio y el establecimiento de nuevos límites provinciales. El Señorío de Molina de Aragón y sus zonas limítrofes fueron objeto de pugna y discusión entre los diputados aragoneses, que proponían que la mayor parte de esa comarca se integrase en la provincia de Calatayud, y Anselmo Antonio Fernández, quien solicitaba que, por el contrario, los límites de la demarcación de Guadalajara incluyesen no solamente a la comarca molinesa, sino también a algunos territorios vecinos al Señorío, como Orihuela del Tremedal, en la actual provincia de Teruel, o determinadas localidades de la provincia de Calatayud, según expuso en un discurso que pronunció el 21 de octubre de 1821.
Fue, además, un ardiente defensor de que la capitalidad de la nueva provincia recayese en la ciudad de Guadalajara, frente a los que pretendían que otras localidades como Sigüenza o Brihuega fuesen la sede de la nueva administración provincial. Su participación en los debates fue tan notable que el pleno del Ayuntamiento arriacense le dio públicamente las gracias, según consta en el Acta de la sesión municipal del día 16 de junio de 1821.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 17 de marzo de 2018

ROMÁN ATIENZA BALTUEÑA

ATIENZA BALTUEÑA, Román
[Valfermoso de las Monjas, 28 de febrero de 1827 / Guadalajara, 20 de julio de 1890]

Román Atienza Baltueña, o también escrito Valtueña, nació el 28 de febrero de 1897 en el pueblecito de Valfermoso de las Monjas, en el corazón de la Alcarria y a orillas del río Badiel, y murió en la capital de la provincia el 20 de julio de 1890. Contrajo matrimonio con Juana López de Cristóbal y tuvieron tres hijas, Carmen, Purificación y Filomena, que murió el 4 de septiembre de 1864 con apenas tres años de edad, y un hijo, Román Atienza López de Cristóbal, que ingresó en la Academia de Ingenieros militares. Su esposa era hija de Fernando López y Mónica de Cristóbal; había nacido en Toledo en 1830 y falleció en Guadalajara el 3 de enero de 1871, a los cuarenta y un años de edad.

Su actividad profesional
Román Atienza cursó sus primeros estudios en el Instituto de segunda enseñanza de Guadalajara hasta alcanzar el título de bachiller en 1841, ingresando con posterioridad en la Facultad de Medicina de la Universidad Central madrileña, concluyendo su licenciatura en 1848 y doctorándose dos años después con una tesis titulada “Influencia que la Filosofía ha ejercido en la Medicina”, en la que ponía de manifiesto su vocación humanística que, junto a la científica, modelaron su biografía.
En ambos campos alcanzó un indiscutido reconocimiento popular más allá de la provincia: fue académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Madrid, socio fundador de la Sociedad Española de Higiene y socio corresponsal de la Real Sociedad Económica Matritense, mereció ser nombrado comendador de la Orden de Isabel la Católica y de la de Carlos III y Cruz de segunda clase de la Orden Civil de Beneficencia. Además, se apeló a su criterio para certificar la utilidad de las aguas de Marmolejo, en la provincia de Jaén, que en su opinión eran “útiles, provechosas y verdaderamente curativas para los padecimientos de hígado, intestinos y riñones”.
Pero en la provincia alcarreña sus méritos fueron aún más reconocidos, pues asumió numerosas responsabilidades, sobre todo tras demostrar su capacidad y abnegación con motivo de la epidemia de cólera de 1855. Como médico, fue Delegado médico de Guadalajara, primer médico de la Beneficencia provincial, miembro de la Junta de Sanidad Provincial y perteneció a la Junta de Patronos de los Baños de Carlos III de Trillo, junto a Julián Benito Chávarri y otros.
Ejerció la medicina, profesión en la que obtuvo general reconocimiento, y también se preocupó por la organización corporativa de los médicos. En mayo de 1857 ya publicó un artículo sobre la organización de los médicos que se publicó en los Anales de la medicina homeopática de ese año. En 1863 fue uno de los miembros de la comisión organizadora del Congreso Médico, dirigido a los licenciados de Medicina, Cirugía y Farmacia, que no tuvo el éxito esperado porque fueron acusados sus organizadores de responder a intereses políticos y de tratar más asuntos profesionales y laborales que puramente científicos.
Su actividad política
Destacó también como político. Durante el Bienio Progresista, y a pesar de no contar todavía con treinta años de edad, ya fue concejal en el Ayuntamiento de la capital alcarreña, destacando por primera vez con motivo de la proposición del concejal Domingo Maynez de quitar del salón de plenos municipal sendas placas que homenajeaban a Juan Antonio Moreno y José Marlasca, los dos héroes del liberalismo alcarreño, muertos durante el reinado de Fernando VII por defender la Constitución. La proposición fue rechazada, en buena parte por la vehemente defensa que de ellos hizo Román Atienza.
Pero muy pronto abandonó estas ideas progresistas y a partir de 1863 se convirtió en un correligionario entusiasta de Ramón María de Narváez y de la facción más conservadora del Partido Moderado. En 1864 fue acusado públicamente por los progresistas José Gambra Belinchón, Joaquín Sancho Garrido y Manuel del Vado de sostener ideas absolutistas, más próximas al tradicionalismo e integrismo católico de Cándido Nocedal y Antonio Aparisi y Guijarro que a las del auténtico liberalismo conservador, declarando los progresistas que su recién estrenado cargo de alcalde de Guadalajara se lo debía a la intervención de Isidro Ternero, jefe de filas del carlismo provincial; de hecho, los progresistas le recordaban que cuando accedió a la alcaldía, todos los concejales renunciaron a sus cargos o se excusaron para no ocuparlos.
Durante su etapa al frente del concejo guadalajareño se construyó un nuevo lavadero municipal y se iniciaron las reformas para adecentar el Paseo de San Roque, por entonces situado extramuros de la ciudad, además se acometieron “las obras de distribución general de aguas potables en el interior de la población por medio de tubería de hierro fundido”. Y si en algunas ocasiones se mostró tolerante con sus rivales políticos, sin embargo fue muy criticado cuando, con motivo de la crisis de subsistencias de aquellos años, se negó a sacar trigo del pósito municipal para atender la acuciante necesidad de los vecinos, amenazados por la hambruna, para destinar el grano a la sementera del próximo año; una decisión que no le granjeó muchas simpatías entre las clases populares de la ciudad, que vieron con agrado su destitución en septiembre de 1868 con motivo de la Revolución Gloriosa.
Con la restauración de los Borbones en el trono español en 1875, de la mano de Alfonso XII, Román Atienza volvió a ocupar nuevos cargos políticos, sobre todo durante los períodos de gobierno del Partido Conservador, de cuyo comité provincial fue elegido presidente. En 1877 fue nombrado vicepresidente de la comisión permanente de la Diputación Provincial y en las elecciones de 1882 resultó elegido diputado provincial por el distrito de la capital, se decía que derrotando sorprendentemente a los liberales, aunque lo cierto es que conservadores, liberales y republicanos llegaron a un acuerdo para repartirse los puestos, una componenda que se repitió en los comicios del año 1889. 
Como político, formó parte de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio, al mismo tiempo que el también médico Miguel Mayoral; en 1864 era supernumerario del Consejo Provincial, que presidía el gobernador civil; fue censor de teatros de la provincia, consejero de la sucursal en Guadalajara del Banco de España y, bajo el reinado de Alfonso XII, llegó a ocupar la vicepresidencia de la Comisión Provincial y en 1883 el ministro de Fomento le nombró vocal de la junta de Instrucción pública de la provincia.
Su cargo institucional más importante fue el de presidente de la Diputación Provincial, siendo el responsable de la construcción del nuevo edificio que desde entonces acoge a esta institución, levantado parcialmente sobre el solar de la antigua iglesia de San Ginés, cuyo culto fue trasladado a una iglesia próxima. Sin embargo, y en contra de lo que a veces se escribe, nunca fue diputado en Cortes.
Su actividad social
Hombre profundamente católico, hasta el punto de que confesó públicamente que “como católico, creo de todo corazón que está bien hecho que ardan en los inflemos por eterno las almas de Hipócrates y Galeno; pero como médico y por si sirve de argumento para hacer ver que sé muchas cosas y contestar á un periódico impío (que había  ensalzado á ambos paganos) voy á quemar incienso en sus altares”. Fue presidente de la Conferencia de San Vicente de Paúl en Guadalajara y en repetidas ocasiones manifestó sus creencias religiosas; así, por ejemplo, protestó contra el matrimonio civil en La Unión el 19 de febrero de 1883. Ejerció la caridad y, según se publicaba en Flores y Abejas, fue “filántropo hasta la exageración, fue aquí el paño de lágrimas de muchos desventurados”
También estuvo detrás de algunas iniciativas culturales; fue socio fundador y perteneció a la primera Junta Directiva del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Guadalajara, nacido por iniciativa de Francisco Fernández Iparraguirre el 2 de febrero de 1877, y también fue uno de los promotores del Ateneo Caracense.
Como historiador, recogió numerosos datos para escribir una historia de la provincia que no llegó a terminar, aunque sus notas se conservan en el Archivo Municipal de Guadalajara y fue académico corresponsal en Guadalajara de la Real Academia de la Historia. También dejó un manuscrito, de sólo trece páginas, sobre el nuevo edificio de la Diputación Provincial que permitió, con motivo de la celebración del bicentenario de esta institución, encontrar una “cápsula del tiempo” que se enterró durante su construcción y de la que él daba cuenta en este escrito. En 1915 se publicó póstumamente en el Memorial histórico arriácense su trabajo sobre Álvar Fáñez de Minaya
Falleció en Guadalajara el día 20 de julio de 1890 y, al día siguiente, fue inhumado en el cementerio municipal de la capital provincia. El Ayuntamiento acordó poner su nombre a la plaza llamada de la Cruz Verde, próxima a las Casas Consistoriales.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 10 de marzo de 2018

MANUEL HIDALGO CALVO

HIDALGO CALVO, Manuel
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Manuel Hidalgo Calvo nació seguramente en la ciudad de Guadalajara, hijo de una familia que ya había participado muy activamente en la vida política local en las primeras décadas del siglo XIX. Santiago Hidalgo fue alcalde de la Santa Hermandad por el Estado Noble en los primeros años de esa centuria y cuando el 13 de septiembre de 1812 se celebraron las primeras elecciones municipales en la capital alcarreña, según las normas dictadas por la Junta Nacional de Regencia y en el marco de la Constitución de Cádiz, Santiago Hidalgo y Mateo Tabernero fueron elegidos primeros alcaldes de la ciudad. Cuando en junio de 1813 se celebraron nuevos comicios, Santiago Hidalgo volvió a merecer la confianza de sus vecinos.
En la provincia de Guadalajara este recambio institucional provocado por la Guerra de la Independencia se hizo de la mano del liberalismo; no por casualidad el jefe militar en tierras alcarreñas fue Juan Martín Díaz, El Empecinado, y aunque en 1825 murió de forma infamante por apoyar la Constitución de 1812, algunos de sus más estrechos colaboradores siguieron conservaron su ascendiente y permanecieron fieles a su ideario liberal, como las familias Hidalgo, Calvo o Sardina.
Manuel Hidalgo Calvo recogía ambas herencias políticas y familiares, y al establecerse en noviembre de 1835 la primera Diputación Provincial de Guadalajara, atendiendo a la nueva división provincial impulsada por Javier de Burgos, Manuel Hidalgo Calvo era el representante del Partido Judicial de Pastrana en la recién nacida corporación. Formaba parte de la corriente política del liberalismo moderado, siendo uno de sus más destacados representantes en tierras alcarreñas, como se reconocía públicamente en la prensa provincial.
Heredaba también una posición económica desahogada y en sus declaraciones a las Cortes se confesaba propietario, y no debía contar con escasa fortuna, pues con motivo de una carta hecha pública en 1853 por el Ayuntamiento de Illana, con motivo de la aprobación de nuevas líneas férreas, y dirigida a Isabel II, encontramos la firma de Manuel Hidalgo Calvo como la del mayor contribuyente de la localidad.
Elección y actividad parlamentaria
Durante el verano de 1836 se celebraron las elecciones parlamentarias de lo que serían las Cortes Constituyentes que alumbraron la constitución progresista de 1837. En esos comicios, Manuel Hidalgo Calvo obtuvo una votación testimonial, tan solo cinco votos, aún con un censo muy restringido, y tampoco fue reelegido para formar parte de la nueva Diputación Provincial elegida en ese mismo año.
En el otoño de 1837, una vez aprobada la Constitución progresista, se convocaron nuevas elecciones para una cámara que celebró su sesión inaugural el 19 de noviembre de 1837. En esos comicios la votación se vio seriamente afectada por las consecuencias de la Primera Guerra Carlista; de los 483 municipios de la provincia de Guadalajara sólo en 310 se pudo completar el proceso electoral y otras 173 localidades no pudieron figurar en las listas de resultados electorales por la presencia de partidas carlistas que interrumpían las comunicaciones, ocupaban temporalmente algunos pueblos o boicoteaban el ejercicio del sufragio.
Las evidentes dificultades del proceso electoral no disiparon los temores de manipulación de los resultados en beneficio de los moderados, que en esos comicios presentaron una lista que ocupó todos los escaños de la circunscripción de Guadalajara con la elección de Francisco Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer, de Santos López-Pelegrín Zabala y de Manuel Hidalgo Calvo que, ante las críticas, se sintió obligado a defender públicamente la limpieza de su elección ante el pleno del Congreso. De los más de 4.000 votantes inscritos en el censo, solamente se contabilizaron 1.650 votos y él consiguió 830, exactamente la mitad de los sufragios emitidos y el umbral mínimo que le permitía ocupar el escaño sin recurrir a una segunda vuelta.
Fue diputado en las legislaturas de 1837 a 1838 y de 1838 a 1839. Juró su cargo el 4 de diciembre de 1837 y perteneció a las Secciones Tercera, Quinta y Séptima. Realizó dos intervenciones; la primera para contestar a las alegaciones sobre su acta de diputado y la segunda para interpelar al gobierno sobre la invasión de los carlistas en el territorio de La Mancha. También firmó una proposición para que a los diputados electos que no se hubiesen presentado todavía en el Parlamento, se les señalase un plazo fijo, corto e improrrogable, dentro del cual debían hacerlo, de lo contrario se entienda que han renunciado al escaño.
Durante su actividad parlamentaria se mostró como un moderado atípico que, en varias ocasiones, hacía frente común con los progresistas; así ocurrió cuando hizo su aportación a una cuestación pública junto con progresistas tan reconocidos como Juan Álvarez Mendizábal o Evaristo San Miguel, o cuando firmó el 27 de diciembre de 1837, junto a otros veintiocho diputados entre los también se encontraba el molinés Santos López-Pelegrín, un proyecto de ley “Sobre repartimiento de bienes nacionales” que tenía a Álvaro Flórez Estrada como primer firmante, en el que se proponía el reparto de tierras de los exclaustrados entre los campesinos, a cambio del pago de un canon, como forma de implicarles en la defensa del régimen liberal y de disminuir de ese modo el apoyo al pretendiente carlista, que estaba creciendo en el centro de la Península.
En las elecciones convocadas por Real Orden el 2 de junio de 1839, y celebradas las votaciones a lo largo de cinco días, entre el 24 y el 28 de julio, al computar los resultados de los dieciocho colegios en los que estaba dividida la provincia, se comprobó que los moderados estaban perdiendo el favor de los electores de Guadalajara. Sólo José Muñoz Maldonado, con 1.391 votos, resultó elegido en esa primera vuelta, y Manuel Hidalgo Calvo apenas consiguió 743 papeletas, según explicaba El Constitucional del 27 de julio de ese año, por haber sido apartado del favor de José Muñoz Maldonado, víctima de un acuerdo con Andrés Borrego. La Junta de escrutinio general anuló las elecciones de los distritos de Pastrana, Sigüenza y Jadraque, pero la comisión de las Cortes las dio por válidas y proclamó los candidatos. Sin embargo, esta legislatura fue especialmente corta, pues la solemne sesión de apertura de las Cortes se celebró el 1 de septiembre de 1839 y las cámaras fueron disueltas el día 18 de noviembre del mismo año.
Volvió en enero de 1840 a presentar su candidatura para ser elegido senador por la provincia alcarreña en la lista monárquico-constitucional, impulsada por el partido moderado, en un proceso electoral ya normalizado y sin los incidentes de las convocatorias de 1837 y 1839, aunque hubo rumores sobre partidas carlistas, tan insistentes como infundados. Obtuvo 1.617 votos, menos que sus dos compañeros de partido, Francisco Romo Gamboa y José Fernando Gamboa, así que, no llegó a ocupar el escaño, pues la provincia de Guadalajara solamente enviaba dos senadores, según el Real Decreto del 20 de julio de 1837 sobre las elecciones de diputados y senadores.
JUAN PABLO CALERO DELSO